Antonio Machado, El Cantar de Mio Cid, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego, Avelino Hernández, Mercedes Álvarez ...

viernes, 8 de junio de 2012

Valores y experiencias sorianas


  No es nada fácil limitarse a unos pocos buenos momentos, a unos pocos  valores aprendidos, cuando afortunadamente vivimos tantos y nos regalaron tantos. Este viaje ha superado en mucho mis expectativas, pero justo es esto lo que me encanta, que lo vivido, por una vez, supere a lo esperado.  Nuestra semana en Soria está, por ello. repleta de momentos y de detalles que desearía no olvidar nunca  ¿Por qué no repetirlo?
  Tras nuestro viaje por esas tierras de Castilla,  he entendido muy bien el amor que Machado sintió por Soria. Soria está llena de paisajes preciosos que nadie debería limitarse a verlos inmóviles en las fotografías, son paisajes llenos de sensaciones que hay que vivir en persona y que nosotros disfrutamos mucho porque antes habíamos aprendido un cúmulo de cosas sobre ellos, cosas  que ahora encajaban a la perfección.
  Este viaje nos ha mostrado una forma diferente de conocer mundo y de aprender literatura,  naturales, historia o  arte: hemos descubierto una forma de trabajar más dinámica y libre, que consiguió salvarnos de la monotonía. Pero lo mejor ha sido que hemos aprendido unos valores muy importantes y desgraciadamente muy poco frecuentes en el mundo materialista que nos rodea. De todos estos valores quiero destacar dos: la humildad y la generosidad. ¡Fue fantástico que personas desconocidas se familiarizaran tan rápidamente con nosotros, y con tanta naturalidad y afecto!  Sin pedir nada a cambio compartieron con nosotros un tiempo de sus vidas para acompañarnos y hacer mucho mejor nuestro viaje. Nos regalaron gestos tan valiosos como el de Ricardo, que no abrió las puertas de su casa, o el de Teresa, que nos abrió las puertas de su corazón. Valoro muchísimo la colaboración de Ricardo, de Teresa, de César, de Pepe, de Montse, y su cálida presencia en nuestro viaje.
Laguna Negra
  Recuerdo un momento muy preciso que me estremeció. Yendo a la Laguna Negra caí rendida en el autobús y me dormí. Al abrir los ojos,  no sé cuánto tiempo después, el paisaje se reducía a un solo y apacible color: el blanco. Un escalofrío recorrió mi cuerpo: de repente estaba todo nevado.  No tenía ni la más remota idea de que íbamos a pasear por la nieve. Me encantaba el paisaje que mis ojos contemplaban y el sueño se me pasó de golpe: era imposible dormirse ante esas magníficas vistas. 
  Me encanta el mundo rural y me enamoré de los pueblecitos que visitamos,  cada uno de ellos tenía un toque diferente y encantador. Recuerdo también momentos muy importantes que esta vez no destacaban por el lugar donde estaba, sino por con quien los compartía: comidas y noches en el albergue, trayectos en el autobús, conversaciones... Todo el viaje estuve junto a grandes personas. A algunas tuve la oportunidad de conocerlas mejor y con otras, nuestra amistad se hizo todavía más fuerte. Y es que compartir un viaje con las personas que quieres, no tiene precio y tampoco, como diría Avelino,  una mesa en la que está rodeada por tus más grandes amigos. 
Maria Esteve Albero

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