Antonio Machado, El Cantar de Mio Cid, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego, Avelino Hernández, Mercedes Álvarez ...

lunes, 12 de junio de 2017

El gran tesoro

Llega un instante en que ya no sientes el frío cortante de esta tierra, sino solo un calor que te abraza, que te abrasa, como si por fin llegaras a casa, a tu casa imaginaria, a una zona muy íntima de confort. Es así como me sentí las mañanas de mi estancia en Soria. Sabía que tenía que ver el amanecer, sabía que quería ver el mismo amanecer que años atrás acurrucó y veló a aquellos grandes poetas que dieron voz a esta tierra (Bécquer, Machado, Gerardo Diego, Avelino Hernández…), quería sentir lo mismo que ellos sintieron, tocar una pequeña parte de sus sueños, convertirlos en mi sueño. Tres amaneceres en tres lugares distintos. Tres sensaciones distintas. Tres amaneceres en Abejar. Mi primer amanecer soriano fue en la misma calle que en la que dormíamos y no tenía alma. No valía la pena ni fotografiarlo, pero sé que fue culpa mía. Temía perderme y no quise alejarme de la casa, así que tan solo vi un pequeño rayo de luz esquivo, frío y sin sentido. No era lo que yo esperaba y, repito, fue culpa mía. El segundo día recordé que a lo lejos había visto lo que parecía una iglesia. Fue el día más frío de todos y llegó un momento en que no sentía ni mis propias manos. El viento me empujaba hacia atrás, como si estuviera protegiendo un tesoro y no quisiera que los bandidos le arrebatasen, a las 6 y media de la mañana, lo más preciado que tenía. Un camino me llevó al cementerio. El santuario estaba, efectivamente, más atrás. Tímidamente el sol saliente asomaba sus rayos, pero el viento continuaba castigándome. Busqué un lugar donde refugiarme. Las paredes de la iglesia, que desgraciadamente permanecía cerrada, se convirtieron en murallas que me protegían de las ráfagas más cortantes. Y ahora la brisa sólo me tocaba la cara y me despeinaba el cabello como si fuera una caricia. Me giré y, al fin, vi a lo lejos las montañas y los campos que tanto había anhelado. Y fue maravilloso. Dejé que mis piernas cedieran y sentí el estremecimiento de la hierba fría, pero no importó. Cerré los ojos y dejé que la luz, todavía pálida, penetrase mis párpados. Y eso fue lo que más me gustó: el ya no sentir nada. Dejé que esa tierra de poetas hiciera su magia conmigo y embriagara mi alma mundana: los prados verdes, el canto de los pájaros madrugadores, el calor que desprendía la manta natural del mundo, el aire que movía la hierba, el perfume del rocío... 
Premi Instagram #TdSoria categoria #Machado
a Mariana Moreno
El último día amaneció sin más misterios que los que había descubierto el día anterior. Me dirigí hacia aquel lugar que ya me parecía de mi propiedad, como si el paraíso tan anhelado se encontrara entre las montañas. Esta vez descubrí un camino de tierra y lo seguí hacía ningún lado. Dejé que me guiara, y caminé y observé terrenos sin cultivar, puros y vírgenes, excepto por una pequeña cabaña que vi a mi izquierda. El silencio era interrumpido ocasionalmente por el roce de las llantas contra el asfalto, desconocidos que ignoraban la maravilla que les rodeaba, pero a mi espalda el amanecer permanecía intacto y deseé que así fuera para siempre. Quiero pensar que descubrí el tesoro del que el viento me intentaba alejar, que descubrí una maravilla en la que nadie parecía reparar: el amanecer. Y yo era una aventurera, una ladrona, una pirata que ya tenía el mapa del tesoro. El frío era mi enemigo, pero mis aliados eran poderosos: los poetas que cantaron a Soria y los libros que tanto amo...

Mariana Moreno Posada

martes, 6 de junio de 2017

En el camino a la Laguna negra: un inesperado descubrimiento

Nuestro viaje a Soria no solo fue una excursión donde se aprendía literatura, también fue una intensa experiencia en la que pude descubrir partes de mí mismo que desconocía y enfrentar situaciones que creía que me superaban. Por miedo, por inseguridad… En la Poza Román, por ejemplo, muy cerca de Noviercas, cuando a pesar de mi miedo escénico, de mi  timidez, de mi introversión pude tocar delante de más de 60 personas, acompañando a un amigo Iu, que recitaba el poema "Volverán las oscuras golondrinas" de Bécquer.  No fue seguramente el momento más feliz del viaje, pese al apoyo de mis compañeros que sabían de mi problema y del esfuerzo que hice, pero si fue el más importante: ser capaz de tocar la guitarra aterrado de miedo delante de tanta gente, ser capaz de superar ese miedo, sé que me servirá mucho en el futuro. Sin la ayuda de mis compañeros no hubiera sido capaz.

El viernes, en la Laguna Negra,  no pasaba por un buen momento. Empecé a recordar otra vez los pensamientos que me han atormentado durante mucho tiempo. El miedo al fracaso, a la frustración. De nuevo no era capaz de valorar lo que tenía. Subía la colina solo, cuando me encontré con Iu y Gerard, que me invitaron a caminar  con ellos. Y, gracias mis amigos  y a las bromas de Jordi, el profesor,  dejé de sentirme solo y de pensar  en cosas que no me hiciesen feliz. No paraban de arrancarme sonrisas, una tras otra.  Al llegar arriba, y descubrir una pequeña cascada, la nieve y un paisaje precioso me sentí afortunado de estar donde estaba,  con gente que me aprecia, que me quiere y que quiere estar conmigo. Valoré lo que es tener amigos de verdad, alcanzar juntos una colina y hablar de  tonterías. Por esto creo que ese momento, en una pequeña colina de la Laguna Negra, fue el momento más feliz del viaje o al menos el momento que me hizo dejar de ver las cosas de la misma manera, siempre oscuras.
Raul Beltran Guerra