Antonio Machado, El Cantar de Mio Cid, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego, Avelino Hernández, Mercedes Álvarez ...

lunes, 21 de mayo de 2012

Lliurament dels Premis del Concurs de tuits #TdSoria

El passat divendres 11 de maig es va celebrar l'acte de lliurament dels Premis del Concurs de tuits #TdSoria.

 El concurs estava organitzat per @BiblioEugeni, @TierrasdeSoria i @EdOrsBatx.

Es van donar tres premis:

Primer a Premi a @OriolCelis9

Primer Accèssit per a @martiparellada

 Segon accèssit per a @joana_sadurni

Els premis consistien els vals de compra 
en els establiments La Cava i La Cultural



jueves, 17 de mayo de 2012

La cueva de San Bartolomé


Y allí estaba yo, en medio de un hermoso y singular paisaje verde,   rodeada  de naturaleza y de estructuras calcáreas.  ¿Y quién soy yo?, os preguntaréis. Me llamo San Bartolomé. Vivo entre bellas colinas, caprichosos senderos e  increíbles arbustos. Las aves y los halcones rodean mi cueva.  Lo más bello, sin duda, que puedo apreciar con mis ojos es el río Lobos, un río que cruza la reserva natural y llega hasta Soria. Enfrente,  un sobrecogedor paisaje del que se cuentan viejas leyendas: dicen que es un lugar mágico y  lleno  de energía...
 
No tengo corazón ni alma, mi interior es polvoriento, el frío es siniestro y la humedad cala mis paredes. Todo es soledad, una  soledad muy  inquietante que todo el largo invierno. 

Enigmáticos grabados rupestres  manchan de sangre mi cuerpo. Nuestros antepasados han dejado su huella en la historia. Es mágico y admirable  que aún  después de tantos años  podamos verlas.

De día y de noche me envuelve una negra oscuridad. Sólo  algunos rayos de sol, hacia al atardecer, penetran mi piel como caricias abrasadoras.  Cuando cae la lluvia se puede escuchar el chasquido de las gotas de agua golpeando en las rocas. Lentamente la lluvia se va deslizando gota a gota, hasta llegar a la madre tierra.

Y es que no importa de dónde venimos o ni quiénes somos. Nacemos de la madre naturaleza y nos vamos descomponiendo,  poco a poco,  hasta tocar de nuevo la madre tierra.
JUDIT DIAZ LOBATO

jueves, 10 de mayo de 2012

En Valdegeña, con Ricardo


Me es muy difícil tener que elegir un momento especial del viaje porque todos los días me lo pasé muy bien, pero creo que mi mejor día fue cuando fuimos a  Valdegeña, al pueblo de Avelino Hernández .

Sólo al bajar del autobús, ya me di cuenta que aquel pueblo y yo teníamos algo en común. Valdegeña es un pueblo no demasiado grande y de mucha antigüedad. La mayoría de las casas están hechas de piedra. Ricardo, el hermano de Avelino,  fue un guía estupendo: me gustó mucho cómo  nos explicaba cómo era el pueblo cuando él y Avelino eran pequeños.

Desde la iglesia de San Lorenzo se podían ver  campos  sembrados de trigo y el inmenso bosque que había al lado del pueblo. La iglesia era de  estilo románico tardío.  No era muy grande, pero en su nave podían asistir a misa perfectamente todos los habitantes del  pueblo.  Ese instante fue mi momento más especial, seguramente porque fue entonces cuando  tuve que recitar mi poema delante de todos. Tenía un poco de miedo a  equivocarme, pero al final  me salió bien y  todos mis compañeros aplaudieron.

Luego fuimos a visitar la antigua escuela. Tampoco ese edificio era muy grande,  pero seguro que suficiente para la población de Valdegeña.  Ricardo comentó que ese edificio había sido también utilizado como ayuntamiento y sala de baile.

A continuación nos dirigimos a la casa donde vivió tantos años Avelino Hernández.  Entre las paredes de esa gran casa era donde Avelino maduraba las ideas que luego recogería en sus libros.

Fuimos a comer todos juntos al hostal Mari Carmen de Matalebreras. Me gustó esa comida: parecía que nos conocíamos de toda la vida, que comíamos juntos cada día.

Por la tarde visitamos un pueblo llamado Noviercas. Me gustó mucho el documental que vimos en el Torreón árabe. En tiempo de la reconquista, la población se refugiaba allí cuando había el peligro de que el pueblo fuese atacado, pues era un sitio muy seguro. Los habitantes del pueblo sabían varios escondites que comunicaban con el Torreón. Aunque no siempre tuvieron  suerte: los enemigos  incendiaban los campos para que así no tuvieran comida con que alimentarse y si perdían la cosecha era una catástrofe para el pueblo.

Este viaje ha sido una gran experiencia de aprendizaje. He descubierto que se puede aprender Literatura, Arte y Ciencias Naturales de una manera muy agradable, pero quiero terminar esta diario diciendo que lo que más me ha gustado es hacer amistad con gente nueva, con la que hasta ahora nunca habíamos tenido ni siquiera una conversación.

ADRIÀ AMETLLER

miércoles, 9 de mayo de 2012

En el curso de Río Lobos


Uno de los momentos que más valoro de este viaje fue el paseo entre San Polo y San Saturio. Fue especial recorrer el mismo camino por el que  Antonio Machado había andado tantas veces, el camino que le había inspirado algunos bellísimos poemas. En aquel lugar  sentí que, al fin, empezaba a estar un poco lejos de la ciudad, que entraba en la naturaleza. Lo echaba de menos

Aunque el día que me sentí más sumergida en un entorno  natural fue cuando fuimos al Cañón del Río Lobos. Allí se sitúa mi momento especial del viaje, que  llegó cuando descubrimos un curso anastómico en el río. 

Sé que este no era el objetivo del viaje y dudo que alguien pueda pensar que unos sedimentos en el río sean importantes, pero sentí este pequeño detalle me podía ayudar a seguir teniendo motivación en los estudios. Ver una insignificante acumulación de piedras, arcillas y ramas,  y saber lo que es, saber cómo y en qué circunstancias se formó,  fue algo muy gratificante. Me di cuenta de que lo que había estudiado hasta ahora servía de algo,  que lo que había aprendido me ayudaba a entender mejor la naturaleza. Sentí que no había perdido el tiempo, pues en aquel momento pude leer el río: el agua cansada de llevar demasiados sedimentos había escogido el lugar idóneo para dejar su carga. La ribera se iba desgastando, formaba una curva y ganaba velocidad para poder  transportar piedras, ramas y hojas. Es extraño pero nos entendíamos el Río Lobos y yo.

Otro momento muy importante del viaje  fue la visita a Valdegeña, sobre todo por la amabilidad de Ricardo. En el momento que nos abrió las puertas de su casa Ricardo se convirtió en uno de los pilares del viaje: ese señor humilde que nos había de contar la niñez que compartió con su hermano, el escritor  Avelino Hernández, nos dio una lección de sencillez y generosidad que no  deberíamos olvidar. 
JOANA PINYOL

martes, 8 de mayo de 2012

Por un paisaje del alma


Una de las cosas más maravillosas de nuestra mente es la memoria,  los  recuerdos...  Esos recuerdos que se nutren de los estímulos que recibimos: olores, sensaciones, palabras, pero, sobre todo, imágenes... Y esto es lo que me viene a la cabeza cuando recuerdo estos cinco días en que estuve lejos de mi casa: imágenes de paisajes y  momentos de intensas carcajadas. Uno de los momentos y de los paisaje que inexplicablemente no podré olvidar fue el paseo entre San Polo y San Saturio. Aquel paseo que hacia Machado cada tarde,  impregnándose del paisaje soriano que luego describía en sus poemas.
 
La mañana del martes 17 de abril, rodeada de gente y sin saber muy bien a dónde iba, entré en un lugar desconocido, pero especial: era el paseo que unía el antiguo monasterio templario de San Polo y la iglesia barroca de San Saturio.  Tuve la sensación de que estaba en un lugar mágico, en un lugar lleno de romanticismo y de bondad literaria. Un paisaje que parecía de cuento de hadas, pura naturaleza casi rozando la ciudad. El camino avanzaba en medio de esos álamos tan apreciados por Machado y  rodeaba al imparable Duero. Era un paisaje que transmitía melancolía y que te incitaba a quedarte allí, a meditar en paz. Un paseo perfecto para pasar la tarde con tu enamorado y escribir en los grandes troncos de los álamos esas “iniciales que son nombres de enamorados”, como sugiere Machado en su poema. Y no sé  bien por qué, pero  allí, entre San Polo y San Saturio,  se me aparecieron algunos recuerdos que me gustaría borrar, algunos momentos de mi vida que si pudiera volver atrás cambiaría; pero también fue allí donde pensé en todo aquello por lo que vale la pena esforzarse, luchar, y hasta sufrir. Ese lugar, a orillas del Duero, me estremece el corazón y no tardaré en volverlo a visitar. No sé cuándo, pero volveré.

La tarde del jueves, en Noviercas,  también estuvo llena de emoción. Una de las cosas más impactantes que me mostró el viaje, es que aún quedan personas buenas y generosas, que se dan a los otros sin esperar nada a cambio. Sentí una profunda admiración por Ricardo, el hermano de Avelino Hernández, que a pesar de no ser una persona muy intelectual, ser ya mayor y un típico hombre de pueblo soriano, parecía ser feliz  compartiendo con toda aquella troupe de jóvenes desconocidos su vida (el pueblo, su casa,  sus conocimientos, su experiencia, sus aspiraciones...).

Por la tarde, y ya relajada de los nervios que precedieron a nuestra gran actuación (representamos la leyenda “Los ojos verdes” de Bécquer en el torreón árabe de Noviercas) me sorprendieron las maravillosas vistas que se podían observar des de la cima del torreón. Un cielo alucinante mientras el sol se retiraba ya. Me di cuenta de nuestra pequeñez, de que no somos apenas nada en la inmensidad del horizonte. También me gustó la visita que hicimos con Montse por Noviercas. Pese al frío, recorrimos aquel pueblo pequeño y solitario, lleno de las huellas del  gran escritor que fue Bécquer. El peculiar acento y la entusiasta explicación de Montse,  transmitían su valor y el sentido  de su trabajo por intentar devolver la vida a aquellos pueblos medio muertos de Soria.  Además. me gustó su sinceridad y su emoción cuando nos dijo que era la primera vez que tenía tanto público en Noviercas. Es otro ejemplo de que todavía queda gente agradable, muy cercana  y, sobre todo, muy humana.
PAULA BLANCH

lunes, 7 de mayo de 2012

Una inesperada lección de cultura popular


De todos los días de nuestra estancia en tierras de Soria, el momento que más me gustó fue la mañana que pasamos en Valdegeña. Es cierto que hicimos actividades muy interesantes en otros lugares, que aprendimos muchas cosas de Literatura, de Historia, de Arte o Ciencias Naturales, y es cierto que el trabajo de campo es importante para profundizar en estas asignaturas, pero la Literatura, el Arte, la Historia y la Biología también se pueden conocer leyendo y estudiando. En Valdegeña, en cambio, aprendimos algo a lo que no  puedes acceder sólo asistiendo a clases o leyendo: la cultura popular y el espíritu de solidaridad y humanidad que, como en aquel pequeño pueblo, se mantienen todavía vivos en algunos lugares.

Nuestro guía, Ricardo Hernández, no destacaba por sus conocimientos de Ciencias, tampoco era un gran especialista en Literatura, pero se mostró un gran conocedor de cosas prácticas, muy arraigadas en la zona en la que vivía y en la agricultura, en la que había trabajado desde niño. Ricardo  conocía muy bien la historia de su pueblo, las leyendas de la región, las historias de bandoleros.... También dominaba perfectamente la geografía que rodeaba a Valdegeña, como claramente nos enseñó a todos. Ya en su casa vimos algunas de las piezas de madera que había tallado con gran habilidad: algunos baúles, o un cuadro de la iglesia de San Lorenzo hecho con trozos de madera, que me recordó un poco el estilo cubista. Ricardo nos  enseñaba sus obras con mucha humildad y más tarde, cuando inesperadamente le regaló una boina a Manel, nos mostró su gran generosidad.

Ricardo ha dejado sobradamente claro su amor por Valdegeña y su respeto por la  cultura popular con el museo de herramientas del campo que ha creado y con el albergue rural que está impulsando para conseguir atraer algunos turistas a la zona, ya que el pueblo, desgraciadamente, se encuentra casi desierto: sólo  7 habitantes viven permanentemente en Valdegeña. Mientras comíamos, Ricardo me contó sonriendo que mucha gente era incapaz de aguantar las adversidades del campo,  que se iban a la ciudad, para vivir con más comodidades y que, por eso, era tan importante dar a conocer el pueblo. Y es que, al mediodía, cuando fuimos a comer al Hostal Mari Carmen de Matalebreras,  tuve la suerte de sentarme a su lado y  entablar con él  una larga conversación sobre su vida, sobre la cultura agrícola del pueblo, sobre el clima de la zona....

Ricardo es un hombre que siempre habla con  sinceridad y que siempre  sonríe. Entre    las muchas anécdotas de la vida en el campo que me contó, recuerdo especialmente una: desde los doce años prepara quinientos litros de vino, que le duran todo el año. Me explicó todo el proceso: el prensado, la fermentación, el envejecimiento... Paré mucha atención, porque yo también intento hacer vino, y aprendí muchas cosas de esa conversación, También me explicó que conocía a muchos catalanes porque de joven había trabajado de obrero en Barcelona. Me relató un sinfín de anécdotas de robos, caza, perros desaparecidos o predicciones de ancianos sobre las cosechas. Y  consiguió captar totalmente mi atención, porque lo explicaba todo con mucho detalle y habilidad,  y porque, sinceramente, encontraba todas aquellas anécdotas muy interesantes.

Ese día descubrí que Ricardo era un hombre sincero, humilde, amable y solidario, un hombre, como decía Machado, “en el buen sentido de la palabra bueno”, un hombre también rebelde y en el fondo muy durrutiniano. Y  me conmovió mucho, porque en el mundo en el que vivimos, se hace muy difícil encontrar gente que aún conserve valores altruistas y solidarios. Ricardo Hernández me pareció  un ejemplo a seguir.
 
MARC VALLÈS

Un frío que trae recuerdos


Cuando vives una semana tan intensa como esta, resulta muy complicado escoger tan solo un momento.  Creo que durante estos días he experimentado sensaciones que desconocía y he vivido experiencias únicas. Pero  sin duda hay un día que destaca entre los demás,  pues  fue entonces cuando entendí de verdad el propósito de este gran viaje:  captar la esencia de la naturaleza y de  los mágicos paisajes sorianos que tanto sedujeron  a escritores como Antonio  Machado,  Gustavo Adolfo  Bécquer o  Avelino Hernández. Mi momento mágico llegó el último día,  en la Laguna Negra.
Dejamos atrás montañas de colores rojizos y verdes, para adentrarnos entre las blancas montañas nevadas. Salgo del autobús, y una ráfaga de viento acaricia ligeramente mi cara. Hace frío, pero es un frío agradable. No es un frío de aquellos que te hiela por dentro. Es un frío que te refresca la mente, que trae recuerdos, que te eriza la piel.
Debemos llegar a la laguna, y el camino parece interminable. Cada vez estamos más cansados, pero cuando parece que ya mis fuerzas se agotan, a unos pocos metros logro observar, por fin, la cuesta  que conduce a la esperada laguna.
Cerrar los ojos, respirar, volverlos a abrir. ¿Qué veo? Un lugar inimaginable. Parece del pasado, todo es blanco y gris. Sólo unas pocas hojas verdes, que han dejado resbalar la nieve que las cubría, interrumpen el blanco y el gris. Contemplo el agua. Hace mucho frío, pero no está helada. Se ve el fondo oscuro y,  sin embargo, el agua parece cristalina. Dan ganas de acercarse.
No sabría explicar lo que sentí en ese momento pues a veces hay sensaciones que ningún adjetivo es capaz de describir. Tras sentir la extraña atmósfera de ese rincón del mundo, era como si ya no existiera el cansancio. Ni el frío. Ni la tristeza. Era como si al estar allí te llenaras de energía positiva.
El camino estaba lleno de nieve, aún blanca. Sin pensarlo, de manera totalmente espontánea, mi amiga Judith y yo decidimos salir corriendo, huyendo pero sin saber de qué, tal vez,  persiguiendo algo. No parábamos de sonreír, aunque no sabíamos el motivo. Nos dejamos caer encima de aquel manto blanco. Noté el frescor de la nieve en mi cara, que la nieve se fundía con el calor de mi piel. Hacía frío, pero era agradable. No era un frío que te helara el alma. Era un frío que  traía recuerdos, buenos recuerdos.
A veces,  hay momentos que se quedan grabados en nuestra memoria. Tal vez en ese instante no sepamos por qué, pero con el paso del tiempo nos damos cuenta de lo esenciales que fueron, pues intuimos que gracias a ellos, somos como somos. Esa mañana en la Laguna negra fue, sin duda,  uno de esos momentos esenciales.
GABRIELA DI VICENZO

viernes, 4 de mayo de 2012

Mi diario de Soria: Una persona, una conversación, un paisaje y un momento


Cada uno de los días del viaje a Soria ha tenido una persona, una conversación, una imagen o un momento especial. Así que no me limitare a explicar tan solo un día, sino que escogeré lo que para mí ha sido más impactante de esta nueva experiencia.

Empezaré por la persona que más me ha agradado escuchar: la viuda del escritor  Avelino Hernández , Teresa Ordinas. El lunes 16 de abril en el casino Círculo de la amistad, me sorprendió como Teresa, sin venirse abajo, fue capaz de contarnos tantas cosas de  Avelino,  de su forma de ver la vida y de enfrentar a la muerte. Teresa me pareció una persona tierna y serena, que nos dio una lección de amor verdadero, ya que  fue capaz de estar al lado de Avelino en todas las circunstancias, y creo que ahora, luchando porque su obra se siga leyendo, lo  sigue estando.

La conversación más interesante tuvo lugar el jueves 19 de abril, cuando visitamos Valdegeña, con el hermano de Avelino, Ricardo. Nos  enseño la pared donde, debajo de la inscripción  “Valdegeña también es mi pueblo”, se encontraban las teselas con los nombres de  las personas que habían pasado por allí y se habían sentido como en  casa.  Nos llevó también a la iglesia de San Lorenzo, al camposanto y a la casa familiar. En cada uno de estos lugares, Ricardo, nos contó algún hecho o  anécdota del lugar  y,  a mi parecer,  asomaba a su voz un hilo de nostalgia. A pesar de que el creía no explicarse bien, me interesó mucho lo que contaba. Ricardo me pareció un hombre humilde y muy amable.

La imagen más hermosa, más sorprendente y que creo que no olvidaré nunca, pertenece al viernes 20, cuando llegamos a laguna negra. Después de andar, cansados y sorprendidos, porque no esperamos ver nieve en abril, casi 2 empinados kilómetros,  pudimos disfrutar de un paraje simplemente mágico,  no encuentro otros adjetivos para definirlo.

Por último, contaré el momento más especial del viaje. Tuvo lugar el segundo día de nuestra estancia en Soria, el martes 17 de abril, en el instituto Antonio Machado, donde cada uno de nosotros recitó un “Proverbio” de Antonio Machado. A pesar de los nervios y de la vergüenza de ser grabados, nos esforzamos mucho y fue magnífico estar sentados allí,  en aquellos pupitres en que hace 100 años se sentaron los alumnos a los que Antonio Machado enseñaba francés.

AIDA PADRÓ MAYANS

Impactante y reflexiva Soria


Hace unas horas que he vuelto a pisar suelo catalán, pero mi cabeza aún está en Soria, le cuesta volver. No me extraña. En este viaje he aprendido buenos valores, he disfrutado mucho de los paisajes y de la naturaleza, y  he intimado más con los compañeros, con los del día a día y con aquellos que aún no conocía. Solo faltaba  una cosa para que todo hubiera sido más perfecto todavía: que el cielo no hubiera dejado caer con tanta frecuencia esa lluvia inclemente que nos  incordió a veces, pero que, por suerte, no afectó demasiado a las actividades. Todos los momentos del viaje han sido especiales, bonitos y  agradables, pero en mi memoria seguro que perdurarán especialmente dos.
Valdegeña, un pueblo enfermo de despoblación, es mi primer momento. Gracias a Ricardo siempre tendré la imagen de Valdegeña en la cabeza. El altruismo del hermano cuarto de Avelino Hernández con nosotros, su interés en que aprendiéramos pequeñas cosas de su pequeñísimo, pero adorable pueblo (la historia de Isabelita, la bandolera, por ejemplo) me conmovió. En el bus, de camino al restaurante de Matalebreras, estuve reflexionando sobre la bondad de la gente de los pueblos y de cómo cambian las mentalidades sólo unos pocos kilómetros adelante. En ciudades como Soria, ya sientes que domina de nuevo la población que privatiza todo aquello que conoce y de lo que dispone.
La Laguna Negra es el otro momento que me impactó especialmente. Disfrutaba de los paisajes que nos ofrecía el camino, mientras escuchaba por el altavoz del bus  las historias de la leyenda de Alvargonzález, pero el cansancio de la semana y el somnoliento ruido del motor provocaron que cayera dormido. Diez minutos después, fue abrir los ojos y alucinar. Pasé de ver paisajes grises,  fríos y áridos, a verlo todo blanco. El camino cuesta arriba fue especial: por el frío que sentía y también ¡porque estaba pisando por primera vez la nieve este año y ... era abril!  Pero aún no sabía lo que me deparaba la naturaleza. Una pequeña cuesta bastante empinada ocultaba la sobrecogedora  belleza de la Laguna Negra. Parecía un sueño. Verlo todo blanco y de repente contemplar ese escenario tan bello e impactante,  no tiene precio…
Quiero acabar mi escrito recordando al fotógrafo César Sanz. Desde que asistimos a su exposición Campos de Castilla y otros universos machadianos en Vilafranca del Penedès me ha fascinado su trabajo y también su facilidad para hablar culta y fluidamente acerca de ámbitos culturales muy distintos. Sé, además, que ha sido una persona clave para el buen desarrollo de este viaje.
 En fin, que Soria (como  este viaje de estudios) tiene algo especial, muy especial.
Adrià Amell

jueves, 3 de mayo de 2012

Mi mejor momento: “En el Casino de la Amistad Numantina”


Sin duda el viaje a Soria me ha sorprendido. Recuerdo que al principio no quería ir y que al final me hubiera quedado más días.
Hemos vivido muchos buenos momentos, pero yo me quedo con uno del primer día, que nos ayudó a empezar la semana de buena manera. Nos encontrábamos en el Casino de la Amistad Numantina.  Justo hacía unos minutos que habíamos terminado la tertulia de Mientras cenan con nosotros los amigos con Teresa y Ricardo (viuda y hermano de Avelino Hernández) y   los ya conocidos Pepe y César Sanz.  También habíamos podido disfrutar de una recitación de Aleix  y de Noemí  (el poema “El pasado efímero” de Machado)   y de la gran actuación musical de Martí Roig, Martí Parellada, Albert y Oriol. Pero yo sabía que aún tenía que llegar el gran momento: el momento de la  interpretación (recitada, musicada, cantada y bailada) del poema “Sueño infantil” de Antonio Machado, el gran protagonista de este viaje.  Gemma tocaba el piano, Marta recitaba, Gisela cantaba y Lara, Sara y Elena bailaban. Tenía realmente muchas ganas de ver esa actuación porque hacía tiempo que, conociendo su gran nivel,  quería ver a Sara actuando.  No esperaba menos, pero lo  hicieron perfecto. Cada una en su función y todas al unirse, consiguieron emocionarme y ponerme la piel de gallina. Sinceramente sentía envidia: ¡ ojalá yo pudiera hacer la mitad de las cosas que ellas hicieron! Yo veía que ellas  sentían intensamente lo que hacían y consiguieron transmitirme su pasión. Fue una pena que su actuación no hubiera sido más larga, porque me hubiera quedado ahí disfrutando mucho más tiempo  de algo tan bonito como aquello. Todo fue estupendo: el salón rojo,  el piano, el baile, la recitación y el canto. Creo que fue la mejor actuación del viaje y,  por eso,  la recuerdo tanto y creo que la recordaré siempre.
Me gustaría destacar, por último, otro pequeño momento,  el  que cerró  la semana. La subida hasta la Laguna negra fue dura y cansada, sobre todo porque el suelo resbalaba mucho y nos impedía andar con facilidad, pero sin duda esos  1,7 quilómetros valieron la pena:   la imagen con la  que nos encontramos al final del camino era espléndida. La naturaleza más esplendorosa,  que tanto valoraba Antonio Machado.
Creo que dos objetivos del viaje eran   captar el sentido de los diferentes poemas y  textos que hemos escuchado  estos días,   y  escuchar y comprender a las maravillosas personas que hemos conocido. Y creo que los dos los hemos logrado. Hemos aprendido muchas cosas estos  intensos cinco días.
CLARA RODERGAS

miércoles, 2 de mayo de 2012

Mi viaje por tierras de Soria


¿Escoger un solo día para explicar el mejor momento del viaje? Realmente creo que es algo muy difícil, ya que  hemos vivido, al menos yo, momentos muy emocionantes esta semana.
El primer día, sólo al bajar del autobús y notar el viento helado de Medinaceli en la piel,  supe que estábamos en un lugar distinto y que desde Vilafranca no podíamos ni  remotamente hacernos una idea de cómo eran estas tierras.  Dar el primer paseo por  ese pequeño pueblo y ver la representación juglaresca de Gisela y Martí,  fue una magnífica manera de empezar un viaje que, sinceramente, no esperaba que me fuera a gustar tanto.
La tertulia sobre Mientras cenan con nosotros los amigos  en el Casino de la Amistad fue también muy interesante,  pero cuando los chicos (los dos Martí, Oriol  y  Albert) se pusieron a cantar y más tarde las chicas (Lara, Sara y Elena)   a bailar el poema “Sueño infantil” de Machado recitado por Marta, y acompañadas de la música del espléndido piano que  tocaba Gemma,  noté un escalofrío por todo mi cuerpo. Yo no soy una persona a quien le apasione la poesía, pero sí la música y la danza, por eso creo que ese fue el primer momento en que fui capaz de sentir un poema. Este fue uno de los momentos que más me impactó del viaje.
Al día siguiente, cuando miré el dossier para ver lo que haríamos y leí: “Paseo por las riberas del Duero” pensé: “Vaya día que nos espera, pasear  al lado de un río… “ Ese pensamiento cambió totalmente en cuanto llegamos allí.  Ante ese paisaje hermosísimo  era imposible pensar en cosas malas, cualquier sombra, cualquier pesar se desvanecía. Nos decían: “Tenéis que buscar hojas de los árboles para hacer el trabajo de botánica…”,  pero a mí me costaba mucho apartar la mirada de ese río, de los álamos,  de las colinas cenicientas...  En ese momento entendí  lo que nos explicaron antes de llegar a Soria: “Machado paseaba cada tarde entre San Polo y San Saturio,  para  reflexionar, para inspirarse...”.
Y hubo otros preciosos paisajes  (los que rodean a Valdegeña o a Valdeavellano de Tera, el Cañón del Río Lobos, la Laguna negra...), paisajes que se veían desde cualquier lugar y que aunque haya inmortalizado con la cámara de fotos, nunca será como verlos en directo, paisajes que, cuando los miraba,  me olvidaba del frío,  del cansancio, y de todo lo que me rodeaba.
Otra experiencia que no olvidaré  fue cuando representamos nuestro trabajo de Mientras cenan con nosotros los amigos. Recuerdo que estaba muy nerviosa, que temblaba… pero una vez empezamos y vi las caras de la gente que nos miraba,  me olvidé de los nervios e intenté disfrutar al máximo del momento.
Y aunque he aprendido mucho en Soria, aunque he visto y he sentido muchas cosas que no imaginaba, lo que seguro que no olvidaré son los momentos por las noches en el albergue. Allí descubrí a gente que no sabía ni cómo se llamaba, a grandes personas con las que quizás no había hablado más que un par de veces fugazmente. Me di cuenta de que a veces no hace falta estar en una discoteca para pasárselo bien,  que un vestíbulo de pocos metros cuadrados, en el que estamos todos sentados en el suelo y en el que  alguien toca una guitarra,  puede ser un gran momento, una noche irrepetible y  única.
UXÚE GONZÁLEZ