Es
mediodía y nuestro primer reposo del viaje. Ya estamos en tierras castellanas
cercanas a Soria. Medinaceli es un lugar ciertamente inhóspito, este pueblo
parece bastante tosco, pero en lo alto de una pequeña meseta desde donde se dominan
las inmensas llanuras, tiene unas vistas impresionantes. A la entrada, un prado
de alto césped azotado por las fuertes ráfagas de viento nos recibía con un
vasto paisaje a sus espaldas.
Medinaceli |
Con un buen
amigo nos hemos adentrado en el histórico pueblo que, valga la redundancia,
rebosaba de soledad. Aún así, algún que otro vecino ha hecho su aparición, mas
pese a nuestros amistosos saludos todos han prolongado el silencio del pueblo.
Atravesando calles, plazas y diminutos pasajes, que parecían construidos a modo
de pasillos, llegamos a la otra cara de la civilización: otro inmenso paisaje tras otro prado verde. Esta
vez el paisaje se veia interrumpido por un edificio de grandes dimensiones: un
castillo de aspecto medieval yacía en medio del prado pero al borde del
barranco, con una parte bien erguida y la otra medio arruinada. Nos hemos
dirigido a esta última tras observar brevemente la fachada. A medida que nos
acercabamos al precipicio, el paisaje se apreciaba cada vez mejor y el viento soplaba más y más
fuerte. Al alcanzar el muro medio derrocado del vetusto edificio, nos hemos
dado cuenta, con sorpresa, que a
resguardo del viento, había un cementerio construido cuidadosamente. Nos hemos alejado de lo que
parecía un castillo abandonado y justo antes de adentrarnos otra vez en la
estrechez de ésas calles rocosas, he vuelto a mirar más allá de los límites de
la meseta: eran otras vistas pero no por ello menos impresionantes.
De nuevo,
mientras el viento se llevaba el resonar de nuestros pasos por las calles, he
mirado el reloj: era casi la hora de comer y seguíamos sin haber visto apenas
una alma castellana en ese pueblo.
Y nos hemos
ido sin más. Este pueblo anacrónico, lleno de historia pero con poca vida
actualmente, me ha dado, sin embargo, la impresión de que quería recibirnos, como
si se hubiese preparado para que lo pudiesemos ver mejor: vacío y en silencio,
despejado, para que pudiéramos apreciar con detalle su cuerpo, esas estructuras
de piedra, que delatan su pasado, lo único
que ha perdurado en el tiempo.
Enric Umbert
No hay comentarios:
Publicar un comentario