Cuando se nos planteó hacer esta
redacción, pensé en cuál podría ser mi mejor momento del viaje, aquel momento
inolvidable, aquel que más me ha emocionado y
gustado. No tenia ni idea de cuál podría ser, pero ahora lo tengo claro.
El momento que me más llenó fue el primer día, cuando estuvimos en el Casino de
la Amistad de
Soria.
Llegué a ese lugar que parecía de otra
época, subí las señoriales escaleras y fui corriendo a cambiarme, porque en
aquel momento, el tiempo era oro. Me puse un vestido azul que, un poco
travieso, se resistía a entrar. Noté que la fría tela, especialmente la falda,
me tocaba todo el cuerpo. Me puse las zapatillas. Cuidadosamente, metí el pie
en una de ellas. Estaba fría también. Cuando ya había entrado todo el talón,
empecé a atar las cintas con delicadeza, acomodándolas sobre mi pierna, una
encima de otra. Repetí la misma acción con la otra zapatilla y cuando terminé,
me puse de pie. Coloque los pies en forma vertical, clavando la punta en el
suelo y empecé a notar un masaje ligeramente doloroso en los pies. Con las
zapatillas ya puestas, fui al baño a
peinarme. Me recogí el pelo y me hice un moño desenfadado. Algunos cabellos se
soltaron de la goma, pero no le di importancia. Al salir del baño, oí que la
canción que bailábamos ya estaba sonando. Oía una nota detrás de otra, lentas
pero sin dormirse; persiguiéndose unas a otras sin perder el ritmo ni la
melodía. Entré en el gran salón y me fijé en las hileras de sillas. Al fondo estaba el piano
de donde salía la música. Gemma lo tocaba. Empecé a mover de acuerdo a s los
movimientos que habíamos marcados, uno detrás del otro, sin perder el hilo que
los unía.
Era ya la hora. Las piernas me temblaban
y sentía un ligero cosquilleo en el estómago. Tenía en la mente todos los pasos
que debía hacer, cada uno cuando tocaba. Continuaba notando el frío de la falda
en mi cuerpo. Algunos cabellos me tiraban del moño. Tenia la boca seca. Mis
compañeros terminaron de cantar. Ahora sí que nos tocaba. Cerré los ojos, cogí
aire profundamente, hasta llenar todos mis pulmones y lo solté. Estaba más
tranquila. Caminé hacia mi posición, coloqué las piernas cómo debía y volví a
cerrar los ojos. En ese momento empezó a sonar la música. De golpe me
tranquilicé, me sentí segura allí, sabía lo que tenía que hacer. Así que me di
la vuelta y empecé a bailar lo mejor que pude. Veía la sorpresa en la cara de mis
compañeros, una sutil sorpresa en las caras que me hizo sentir bien, cómoda, feliz...
Elena Reyes Gonzàlez
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