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viernes, 8 de junio de 2012

Las ilusiones que mueven el mundo


En un momento de serenidad, giré la cabeza y contemplé el paisaje. Era un precioso paisaje: el verde, el marrón y el azul convivían en perfecta armonía. A lo lejos unos gigantes de acero,  una larga carretera por delante y, a ambos lados, campos, los campos de castilla. Hacia atrás, las montañas y,  entre todas, una especial. En una de sus laderas se escondían unas pocas casas de piedra que se fundían con la montaña: Valdegeña. Desde lejos Valdegeña parecía poco más que unas cuantas casas viejas, perdidas en la gran Castilla. Pero  acabábamos de estar allí y sabía que Valdegeña no era sólo unas pocas casas, también era mi pueblo. Y mucho más: era la ilusión de un hombre de 78 años de sonrisa inolvidable, era el futuro de los pequeños pueblos, era la cuna del  escritor Avelino Hernández, era el mejor momento de un viaje de estudios… Valdegeña era muchas cosas, no era, desde luego,  sólo casas.
Valdegeña

Ricardo esa mañana nos  enseñó su pueblo. Nos enseñó las antiguas escuelas, la fragua, las calles, los  parques casi sin estrenar,  una casa especial (la suya y la de Avelino), la iglesia, el cementerio, un museo con  herramientas tradicionales del campo (con cierta decepción, nos explicó que casi todos los utensilios eran suyos), los paisajes del Moncayo… De cada uno de estos lugares, Ricardo nos contaba  anécdotas y pequeños proyectos. Y cada vez que hablaba,  su rostro me explicaba sin palabras muchas más cosas.

Con timidez, pero a la vez con cierta euforia,  nos mostró su último proyecto: una casa rural. Sencilla y sin ostentaciones, pero con todo lo necesario para pasar unos días agradables en el pueblo. Era como si Valdegeña, en nombre  de los pueblos casi deshabitados de Soria, nos abriera sus puertas.

Pero además Ricardo  nos enseñó un lema  en un muro que, de alguna manera, daba sentido a todo lo demás: “Valdegeña también es mi pueblo”. Y debajo,  un gran mosaico de teselas con los nombres de las muchas personas que habían visitado el pueblo.  Y también nos enseñó  otra pared, cerca de la casa de Avelino, con los nombres de las escuelas e institutos que se  habían acercado hasta allí .En una  de las placas se leía: Institut Eugeni d’Ors. Vilafranca del Penedès. Generació del 2012. Valdegeña también era nuestro pueblo.

Mi momento especial fue comprender la  importancia de las pequeñas ilusiones, de las ilusiones que mueven el mundo. Fue entonces cuando comprendí  también eso que escribió Avelino y que yo acababa de leer en el cementerio: “Acabar, morir, sembrar, rebrotar, crecer, dar fruto; acabar, morir, sembrar, rebrotar, crecer…”  Eso es la vida y es por eso por lo que lucha Ricardo en su pueblo.
Itziar Escofet Colet

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