En un momento de serenidad, giré la cabeza y contemplé el
paisaje. Era un precioso paisaje: el verde, el marrón y el azul convivían en perfecta
armonía. A lo lejos unos gigantes de acero,
una larga carretera por delante y, a ambos lados, campos, los campos de
castilla. Hacia atrás, las montañas y, entre todas, una especial. En una de sus
laderas se escondían unas pocas casas de piedra que se fundían con la montaña:
Valdegeña. Desde lejos Valdegeña parecía poco más que unas cuantas casas
viejas, perdidas en la gran Castilla. Pero
acabábamos de estar allí y sabía que Valdegeña no era sólo unas pocas
casas, también era mi pueblo. Y mucho más: era la ilusión de un hombre de 78
años de sonrisa inolvidable, era el futuro de los pequeños pueblos, era la cuna
del escritor Avelino Hernández, era el
mejor momento de un viaje de estudios… Valdegeña era muchas cosas, no era, desde
luego, sólo casas.
Valdegeña |
Ricardo esa mañana nos
enseñó su pueblo. Nos enseñó las antiguas escuelas, la fragua, las
calles, los parques casi sin estrenar, una casa especial (la suya y la de Avelino),
la iglesia, el cementerio, un museo con
herramientas tradicionales del campo (con cierta decepción, nos explicó
que casi todos los utensilios eran suyos), los paisajes del Moncayo… De cada
uno de estos lugares, Ricardo nos contaba
anécdotas y pequeños proyectos. Y cada vez que hablaba, su rostro me explicaba sin palabras muchas más
cosas.
Con timidez, pero a la vez con cierta euforia, nos mostró su último proyecto: una casa
rural. Sencilla y sin ostentaciones, pero con todo lo necesario para pasar unos
días agradables en el pueblo. Era como si Valdegeña, en nombre de los pueblos casi deshabitados de Soria,
nos abriera sus puertas.
Pero además Ricardo nos enseñó un lema en un muro que, de alguna manera, daba
sentido a todo lo demás: “Valdegeña también es mi pueblo”. Y debajo, un gran mosaico de teselas con los nombres de
las muchas personas que habían visitado el pueblo. Y también nos enseñó otra pared, cerca de la casa de Avelino, con
los nombres de las escuelas e institutos que se habían acercado hasta allí .En una de las placas se leía: Institut Eugeni d’Ors.
Vilafranca del Penedès. Generació del 2012. Valdegeña también era nuestro
pueblo.
Mi momento especial fue comprender la importancia de las pequeñas ilusiones, de las
ilusiones que mueven el mundo. Fue entonces cuando comprendí también eso que escribió Avelino y que yo
acababa de leer en el cementerio: “Acabar, morir, sembrar, rebrotar, crecer,
dar fruto; acabar, morir, sembrar, rebrotar, crecer…” Eso es la vida y es por eso por lo que lucha
Ricardo en su pueblo.
Itziar Escofet Colet
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