Cuando Soria, nuestro destino, se iba acercando, el paisaje se volvía algo
más llano y el campo parecía una tela parcheada: una amarilla mancha sembrada
quizá de trigo; un campo de color verde intenso; otro pardo, todavía por
sembrar... Ya a escasos kilómetros de la
ciudad, nos recibía una tierra que me
llamó especialmente la atención, era una tierra de color rojizo, solitariay
despoblada, pero de gran belleza.
El martes nos asomamos al mirador de los Cuatro vientos. El paisaje que se
veía desde allí me impresionó mucho, no podía dejar de mirarlo: un estallido de
colores parecía teñirlo todo. El color
rojizo de la tierra, el marrón claro del puente, el marrón oscuro de los arboles
cercanos todavía sin hojas, el verde oscuro de los arboles lejanos, el verde
claro de la hierba, el azul grisáceo del cielo, el azul turbio del Duero. El paisaje
me tenía tan absorta que tardé mucho en ver espectacular estatua con la silueta
de Machado y Leonor.
Desde lo alto del torreón de Noviercas volvía a aparecer ante mí la tierra
parcheada, más hermosa aún si cabe desde la altura. Desde allí podía apreciar
el Moncayo, tal y como Antonio Machado lo describía: azul y blanco. Allí
recordé el poema A José María Palacio en el que Machado
le dirigía una sucesión de
preguntas a su amigo y que ahora, me
gustaba corroborar: todavía las acacias estaban desnudas y nevados los montes
de las sierras, en los campanarios ya habían llegado las cigüeñas, vi trigales verdes y también mulas pardas en las
sementeras. Y en una tarde azul como la del poema, yo también subí al Espino.
El viaje llegaba a su final. La última parada era la Laguna Negra. Había sido
una semana llena de momentos fantásticos, el cansancio podía conmigo y mis ojos
estaban cerrados. Cuando los abrí, ante mis pupilas se extendía un hermoso
paisaje blanco, nevado. Los altos arboles que nos rodeaban estaban cubiertos de
nieve y se podía escuchar el murmullo del agua de los riachuelos que formaba la nieve al derretirse. Era un momento de fabulosos
contrastes: la laguna de agua oscura, casi negra, y el color blanco de la
nieve. Las caras adormiladas por el cansancio, y nuestros ojos despiertos para
captar todos los detalles de ese momento mágico.
Este viaje
ha hecho que entienda el amor que Antonio Machado tenia por Soria y sus paisajes. Esos paisajes que quedarán
grabados para siempre en mi retina y los versos de Machado en mi memoria.
Lorena del
Amor
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