Antonio Machado, El Cantar de Mio Cid, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego, Avelino Hernández, Mercedes Álvarez ...

jueves, 7 de junio de 2012

Como una tela parcheada

           Estoy sentada en el autobús y mis ojos ya aprecian un maravilloso paisaje verde, montes repletos de árboles y un espectacular cielo azul, sólo perturbado por grandes molinos blancos. Pero todavía todo está por llegar. No  podia imaginar lo que me esperaba en el viaje.

Cuando Soria, nuestro destino, se iba acercando, el paisaje se volvía algo más llano y el campo parecía una tela parcheada: una amarilla mancha sembrada quizá de trigo; un campo de color verde intenso; otro pardo, todavía por sembrar...  Ya a escasos kilómetros de la ciudad,  nos recibía una tierra que me llamó especialmente la atención, era una tierra de color rojizo, solitariay despoblada, pero de gran belleza.


El martes nos asomamos al mirador de los Cuatro vientos. El paisaje que se veía desde allí me impresionó mucho, no podía dejar de mirarlo: un estallido de colores parecía  teñirlo todo. El color rojizo de la tierra, el marrón claro del puente, el marrón oscuro de los arboles cercanos todavía sin hojas, el verde oscuro de los arboles lejanos, el verde claro de la hierba, el azul grisáceo del cielo, el azul turbio del Duero. El paisaje me tenía tan absorta que tardé mucho en ver espectacular estatua con la silueta de Machado y Leonor.

Desde lo alto del torreón de Noviercas volvía a aparecer ante mí la tierra parcheada, más hermosa aún si cabe desde la altura. Desde allí podía apreciar el Moncayo, tal y como Antonio Machado lo describía: azul y blanco. Allí recordé el poema A José María Palacio en el que  Machado  le dirigía una sucesión de preguntas  a su amigo y que ahora, me gustaba corroborar: todavía las acacias estaban desnudas y nevados los montes de las sierras, en los campanarios ya habían llegado las cigüeñas, vi  trigales verdes y también mulas pardas en las sementeras. Y en una tarde azul como la del poema, yo también subí al Espino.

El viaje llegaba a su final. La última parada era la Laguna Negra. Había sido una semana llena de momentos fantásticos, el cansancio podía conmigo y mis ojos estaban cerrados. Cuando los abrí, ante mis pupilas se extendía un hermoso paisaje blanco, nevado. Los altos arboles que nos rodeaban estaban cubiertos de nieve y se podía escuchar el murmullo del agua de los riachuelos que  formaba la nieve  al derretirse. Era un momento de fabulosos contrastes: la laguna de agua oscura, casi negra, y el color blanco de la nieve. Las caras adormiladas por el cansancio, y nuestros ojos despiertos para captar todos los detalles de ese momento mágico.

Este viaje ha hecho que entienda el amor que Antonio Machado tenia por Soria y  sus paisajes. Esos paisajes que quedarán grabados para siempre en mi retina y los versos de Machado en mi memoria.
Lorena del Amor

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