El viaje a Soria ha sido un viaje de trabajo con
muchas experiencias y sensaciones, hablar sólo de una, sería una injusticia. El
primer día, cuando llegamos al Casino de la Amistad agotados por el viaje, muchos pensamos
que lo mas agradable sería ir al albergue a descansar, pero una vez que empezó la tertulia con gente
muy cercana al escritor Avelino Hernández, te dabas cuenta de que merecía la
pena estar allí, con aquellas personas que sentían un gran cariño porel
escritor soriano. César y Pepe hablaban sin ningún tapujo de Avelino, al igual
que Teresa, ella con el plus añadido de que,
siendo la viuda, algunas de nuestras preguntas podían incomodarla, pero
siempre nos contestó con gran sinceridad. Mientras, Ricardo, el hermano de
Avelino, escuchaba atentamente.
El jueves vivimos lo que para mí fue la segunda
gran experiencia del viaje: la excursión a Valdegeña, el pueblo casi vacío
donde Ricardo y Avelino habían vivido de niños. Ricardo siente un gran cariño por su
pueblo, como demostraba en cada una de sus palabras. Sin duda Ricardo es la
persona del viaje que mejor impresión me ha causado. Es un hombre de pueblo y de pocas palabras, pero
cada vez que hablaba, se desnudaba ante nosotros,
un gran grupo de adolescentes a los que
no había visto nunca. A medida que pasaba la mañana y escuchabas a Ricardo, en
ese pueblo vacío de gente pero lleno de
sentimientos, tenías más y más ganas de apreciar los espectaculares paisajes
que se veían, sobre todo desde el mirador de la iglesia. Sin duda, lo que está
haciendo Ricardo para mantener viva la historia del pueblo es digno de contar y
admirar.
La tercera experiencia que más me agradó fue la
subida a la Laguna Negra.
Cansado de la noche anterior, me dormí en el bus, pero cuando me desperté
y corrí la cortina de la ventana, me
encontré con una sorpresa inesperada: la nieve. Al bajar del bus pensé que no
sería tan duro el camino y, en verdad, no lo fue ya que al subir acompañado de los
compañeros y tirándonos bolas de nieve, el tiempo pasó bastante rápido. Al
llegar a la cima y ver lo que uno puede ver allí, te das cuenta de que subir 1700 metros no es nada
y más cuando tienes la oportunidad de compartirlo con gente a la que aprecias,
algunos más y a algunos menos. La bajada fue más divertida por los resbalones,
pero también mas fría ya que sentías como el agua ya estaba en tus pies y los
congelaba. Sin embargo, gracias a los conductores, que nos abrieron el maletero
y no hicieron más ameno el viaje con su música y buen humor, pudimos cambiarnos los calcetines y las
bambas.
La vuelta a casa fue muy tranquila. Y la sensación
que uno tiene cuando le preguntan que tal
ha ido el viaje y no sabes por dónde empezar a contar, es muy buena. Yo recomendaría volver otra vez
ir allí.
Álex Sánchez
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