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lunes, 18 de junio de 2012

Una lección de vida


Un jueves lluvioso y soleado a la vez fuimos a Valdegeña, pueblo de nadie y de todos. En la entrada, en unas teselas. se lee “Valdegeña también es mi pueblo”. Es verdad: Valdegeña consigue ser una parte de nosotros y que nosotros seamos una parte de él. 
Fuimos al antiguo colegio, al pequeño pero acogedor albergue, a la iglesia, al cementerio…  Son lugares que están en cualquier pueblo, pero que en Valdegeña, adquieren un aire especial. Todo es cercano allí y tienes siempre la sensación de que las puertas de todas las casas están abiertas.
Mientras visitábamos esos lugares, observé atentamente a Ricardo, un hombre de 79 años, vital, generoso, humilde. Ricardo nos enseño el pueblo, su pueblo.  Mientras caminábamos por las calles, él nos contaba historias de Valdegeña, su vida, la vida de los que vivieron allí.  Todo, con una chispa de ilusión en los ojos, que solo personas como él tienen. 

En Valdegeña comprendí la vida de Ricardo, comprendí que la vida es más que existir, que la vida es luchar por lo que uno quiere, tener metas, sueños... 
Ricardo restaura el pueblo para que no se marchite, para que reviva y perdure en el tiempo. Como los recuerdos que tiene en las paredes de su casa: un laúd, una guitarra, herramientas del campo, imágenes de los suyos (de sus padres, de Avelino, el hermano escritor), un jarrón de madera hecho por él, baúles de trocitos de distintas maderas, boinas, cojines bordados, una cruz… Recuerdos en los que perdura una larga historia detrás, pero que al mismo tiempo forman parte de la vida sencilla que ha vivido Ricardo. Una vida que aunque sencilla no deja de ser admirable, una vida llena de historia, de ilusión...
Cuando estábamos en el cementerio, Ricardo nos dijo que querían que le incineraran porque no quería un ataúd abandonado, tenía miedo de que nadie se acordara de enterrarlo y de que los pocos familiares que le quedaban, tuvieran que estar obligados a recordarle. Creía que pronto nadie se acordarí de él. Quiero decirle, que yo sí que le recordaré, porque me parece admirable que consiga hacer de un pueblo desconocido la casa del viajero que llega.  Gracias Ricardo, por hacerme pasear por esas mágicas calles y por la gran lección de vida que me enseñaste.
Marta Peinado  

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