Acariciaba el pomo de la puerta con
tanta inocencia que ni por un momento pensé
que algo así fuera a suceder. Abrí la puerta de madera, dejando que el suave y
frío aliento del viento me rozase las mejillas, cuando el sol, escondido
durante horas tras las nubes, salió para regalarme un bello parajes. Sé que no es el paisaje más
bonito que he visto en mi vida, es difícil escoger uno, pero ese lugar tenía
algo de magia que me cautivó y me dejó ausente durante unos segundos. No solo ausente
de los malos pensamientos, sino de cualquier pensamiento.
De pronto, unas
risas llenas de vida me obligaron a volver al tiempo y espacio real. En un acto
reflejo, me giré y al ver la pequeña ermita románica me tranquilicé. Aún estaba
en Valdegueña, ese pueblo minúsculo de
cuyas piedras me enamoré. Tardé solo un instante en darme cuenta de que tenía
que sacarle una foto al paisaje que descansaba, contagiando tranquilidad, ante
mis ojos. Al llegar a casa, quería
enseñárselo a mi madre. Esto es lo que verías cada día al despertar.
Supe que ese paisaje, ese cuadro, estaba hecho a la medida de mi madre, que le
encantaría. Saqué la foto y aún con la
cámara en la mano, recorrí las calles de ese pueblo ya tan familiar en busca de
las risas conocidas.
Cada una de las
casas de Valdegeña me recordaba a mi padre. Me lo imaginaba paseando por
aquellas calles de piedras uniformes.
Cada piedra era testigo de una historia, de esas historias antiguas que siempre han fascinado a mi padre.
Cada vez que tiene ocasión de contarme alguna de esas historias no duda en
hacerlo.
No pude evitar
que una sonrisa se dibujase mi rostro. El viento de aquella mañana me traía la
calma, el bienestar, la sencillez y la naturalidad del pueblo y su gente. Pensé
en la gran suerte que tenían las personas que vivían allí y cada día paseaban
por las mismas calles en que me encontraba yo..., y me supo mal que esa villa fuera
ahora un lugar tan solitario. De pronto,
vi un grupo de gente, mi gente, mis amigos. Me acerqué, y contemplé los rostros
de mis compañeros; la mayoría estaban felices, despiertos, sonriendo, riendo, intercambiándose
miradas de complicidad..., Algunos estaban completamente seducidos por la
explicación de Ricardo, y otros, cansados y con sueño, reflexionaban sobre sus cosas
mientras intentaban luchar contra los párpados que querían cerrarse. Sin
embargo, todos tenían un aire dulce, a todos les gustaba estar allí, viviendo
ese momento. Era fácil sentirse a gusto en el grupo, esos días pasados juntos
en Soria nos sirvieron para muchas cosas, una de ellas, hacer más fuertes los
lazos que nos unían como estudiantes,
amigos, personas..., sin diferencias.
Y yo me
preguntaba: ¿Cómo no se puede querer a un pueblo que te recuerda a tu familia y
en el que puedes disfrutar con tus amigos?
Gisela Guitart Font
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