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miércoles, 20 de junio de 2012

De la vida, lo esencial


Acariciaba el pomo de la puerta con tanta  inocencia que ni por un momento pensé que algo así fuera a suceder. Abrí la puerta de madera, dejando que el suave y frío aliento del viento me rozase las mejillas, cuando el sol, escondido durante horas tras las nubes, salió para regalarme un  bello parajes. Sé que no es el paisaje más bonito que he visto en mi vida, es difícil escoger uno, pero ese lugar tenía algo de magia que me cautivó y me dejó ausente durante unos segundos. No solo ausente de los malos pensamientos, sino de cualquier pensamiento.
De pronto, unas risas llenas de vida me obligaron a volver al tiempo y espacio real. En un acto reflejo, me giré y al ver la pequeña ermita románica me tranquilicé. Aún estaba en Valdegueña, ese  pueblo minúsculo de cuyas piedras me enamoré. Tardé solo un instante en darme cuenta de que tenía que sacarle una foto al paisaje que descansaba, contagiando tranquilidad, ante mis ojos.  Al llegar a casa, quería enseñárselo a mi madre. Esto es lo que verías cada día al despertar. Supe que ese paisaje, ese cuadro, estaba hecho a la medida de mi madre, que le encantaría. Saqué la foto y  aún con la cámara en la mano, recorrí las calles de ese pueblo ya tan familiar en busca de las risas conocidas.
Cada una de las casas de Valdegeña me recordaba a mi padre. Me lo imaginaba paseando por aquellas calles  de piedras uniformes. Cada piedra era testigo de una historia, de esas historias  antiguas que siempre han fascinado a mi padre. Cada vez que tiene ocasión de contarme alguna de esas historias no duda en hacerlo.
No pude evitar que una sonrisa se dibujase mi rostro. El viento de aquella mañana me traía la calma, el bienestar, la sencillez y la naturalidad del pueblo y su gente. Pensé en la gran suerte que tenían las personas que vivían allí y cada día paseaban por las mismas calles en que me encontraba yo..., y me supo mal que esa villa fuera ahora un lugar tan solitario.  De pronto, vi un grupo de gente, mi gente, mis amigos. Me acerqué, y contemplé los rostros de mis compañeros; la mayoría estaban felices, despiertos, sonriendo, riendo, intercambiándose miradas de complicidad..., Algunos estaban completamente seducidos por la explicación de Ricardo, y otros, cansados y con sueño, reflexionaban sobre sus cosas mientras intentaban luchar contra los párpados que querían cerrarse. Sin embargo, todos tenían un aire dulce, a todos les gustaba estar allí, viviendo ese momento. Era fácil sentirse a gusto en el grupo, esos días pasados juntos en Soria nos sirvieron para muchas cosas, una de ellas, hacer más fuertes los lazos que nos unían como  estudiantes, amigos, personas..., sin diferencias.
Y yo me preguntaba: ¿Cómo no se puede querer a un pueblo que te recuerda a tu familia y en el que puedes disfrutar con tus amigos?
Gisela Guitart Font

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