¿Escoger un solo día para
explicar el mejor momento del viaje? Realmente creo que es algo muy difícil, ya
que hemos vivido, al menos yo, momentos
muy emocionantes esta semana.
El primer día, sólo al bajar del
autobús y notar el viento helado de Medinaceli en la piel, supe que estábamos en un lugar distinto y que
desde Vilafranca no podíamos ni
remotamente hacernos una idea de cómo eran estas tierras. Dar el primer paseo por ese pequeño pueblo y ver la representación
juglaresca de Gisela y Martí, fue una
magnífica manera de empezar un viaje que, sinceramente, no esperaba que me
fuera a gustar tanto.
La tertulia sobre Mientras cenan con nosotros los amigos en el Casino de la Amistad fue también muy
interesante, pero cuando los chicos (los
dos Martí, Oriol y Albert) se pusieron a cantar y más tarde las
chicas (Lara, Sara y Elena) a bailar el
poema “Sueño infantil” de Machado recitado por Marta, y acompañadas de la
música del espléndido piano que tocaba
Gemma, noté un escalofrío por todo mi
cuerpo. Yo no soy una persona a quien le apasione la poesía, pero sí la música
y la danza, por eso creo que ese fue el primer momento en que fui capaz de
sentir un poema. Este fue uno de los momentos que más me impactó del viaje.
Al día siguiente, cuando miré el dossier
para ver lo que haríamos y leí: “Paseo por las riberas del Duero” pensé: “Vaya
día que nos espera, pasear al lado de un
río… “ Ese pensamiento cambió totalmente en cuanto llegamos allí. Ante ese paisaje hermosísimo era imposible pensar en cosas malas,
cualquier sombra, cualquier pesar se desvanecía. Nos decían: “Tenéis que buscar
hojas de los árboles para hacer el trabajo de botánica…”, pero a mí me costaba mucho apartar la mirada
de ese río, de los álamos, de las
colinas cenicientas... En ese momento
entendí lo que nos explicaron antes de
llegar a Soria: “Machado paseaba cada tarde entre San Polo y San Saturio, para
reflexionar, para inspirarse...”.
Y hubo otros preciosos
paisajes (los que rodean a Valdegeña o a
Valdeavellano de Tera, el Cañón del Río Lobos, la Laguna negra...), paisajes
que se veían desde cualquier lugar y que aunque haya inmortalizado con la
cámara de fotos, nunca será como verlos en directo, paisajes que, cuando los
miraba, me olvidaba del frío, del cansancio, y de todo lo que me rodeaba.
Otra experiencia que no
olvidaré fue cuando representamos
nuestro trabajo de Mientras cenan con
nosotros los amigos. Recuerdo que estaba muy nerviosa, que temblaba… pero
una vez empezamos y vi las caras de la gente que nos miraba, me olvidé de los nervios e intenté disfrutar
al máximo del momento.
Y aunque he aprendido mucho en
Soria, aunque he visto y he sentido muchas cosas que no imaginaba, lo que
seguro que no olvidaré son los momentos por las noches en el albergue. Allí
descubrí a gente que no sabía ni cómo se llamaba, a grandes personas con las
que quizás no había hablado más que un par de veces fugazmente. Me di cuenta de
que a veces no hace falta estar en una discoteca para pasárselo bien, que un vestíbulo de pocos metros cuadrados,
en el que estamos todos sentados en el suelo y en el que alguien toca una guitarra, puede ser un gran momento, una noche
irrepetible y única.
UXÚE GONZÁLEZ
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