Antonio Machado, El Cantar de Mio Cid, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego, Avelino Hernández, Mercedes Álvarez ...

martes, 8 de mayo de 2012

Por un paisaje del alma


Una de las cosas más maravillosas de nuestra mente es la memoria,  los  recuerdos...  Esos recuerdos que se nutren de los estímulos que recibimos: olores, sensaciones, palabras, pero, sobre todo, imágenes... Y esto es lo que me viene a la cabeza cuando recuerdo estos cinco días en que estuve lejos de mi casa: imágenes de paisajes y  momentos de intensas carcajadas. Uno de los momentos y de los paisaje que inexplicablemente no podré olvidar fue el paseo entre San Polo y San Saturio. Aquel paseo que hacia Machado cada tarde,  impregnándose del paisaje soriano que luego describía en sus poemas.
 
La mañana del martes 17 de abril, rodeada de gente y sin saber muy bien a dónde iba, entré en un lugar desconocido, pero especial: era el paseo que unía el antiguo monasterio templario de San Polo y la iglesia barroca de San Saturio.  Tuve la sensación de que estaba en un lugar mágico, en un lugar lleno de romanticismo y de bondad literaria. Un paisaje que parecía de cuento de hadas, pura naturaleza casi rozando la ciudad. El camino avanzaba en medio de esos álamos tan apreciados por Machado y  rodeaba al imparable Duero. Era un paisaje que transmitía melancolía y que te incitaba a quedarte allí, a meditar en paz. Un paseo perfecto para pasar la tarde con tu enamorado y escribir en los grandes troncos de los álamos esas “iniciales que son nombres de enamorados”, como sugiere Machado en su poema. Y no sé  bien por qué, pero  allí, entre San Polo y San Saturio,  se me aparecieron algunos recuerdos que me gustaría borrar, algunos momentos de mi vida que si pudiera volver atrás cambiaría; pero también fue allí donde pensé en todo aquello por lo que vale la pena esforzarse, luchar, y hasta sufrir. Ese lugar, a orillas del Duero, me estremece el corazón y no tardaré en volverlo a visitar. No sé cuándo, pero volveré.

La tarde del jueves, en Noviercas,  también estuvo llena de emoción. Una de las cosas más impactantes que me mostró el viaje, es que aún quedan personas buenas y generosas, que se dan a los otros sin esperar nada a cambio. Sentí una profunda admiración por Ricardo, el hermano de Avelino Hernández, que a pesar de no ser una persona muy intelectual, ser ya mayor y un típico hombre de pueblo soriano, parecía ser feliz  compartiendo con toda aquella troupe de jóvenes desconocidos su vida (el pueblo, su casa,  sus conocimientos, su experiencia, sus aspiraciones...).

Por la tarde, y ya relajada de los nervios que precedieron a nuestra gran actuación (representamos la leyenda “Los ojos verdes” de Bécquer en el torreón árabe de Noviercas) me sorprendieron las maravillosas vistas que se podían observar des de la cima del torreón. Un cielo alucinante mientras el sol se retiraba ya. Me di cuenta de nuestra pequeñez, de que no somos apenas nada en la inmensidad del horizonte. También me gustó la visita que hicimos con Montse por Noviercas. Pese al frío, recorrimos aquel pueblo pequeño y solitario, lleno de las huellas del  gran escritor que fue Bécquer. El peculiar acento y la entusiasta explicación de Montse,  transmitían su valor y el sentido  de su trabajo por intentar devolver la vida a aquellos pueblos medio muertos de Soria.  Además. me gustó su sinceridad y su emoción cuando nos dijo que era la primera vez que tenía tanto público en Noviercas. Es otro ejemplo de que todavía queda gente agradable, muy cercana  y, sobre todo, muy humana.
PAULA BLANCH

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