Y allí estaba yo, en medio de un hermoso y singular paisaje verde, rodeada de naturaleza y de estructuras calcáreas. ¿Y quién soy yo?, os preguntaréis. Me llamo
San Bartolomé. Vivo entre bellas colinas, caprichosos senderos e increíbles arbustos. Las aves y los halcones rodean
mi cueva. Lo más bello, sin duda, que
puedo apreciar con mis ojos es el río Lobos, un río que cruza la reserva
natural y llega hasta Soria. Enfrente, un sobrecogedor paisaje del que se cuentan
viejas leyendas: dicen que es un lugar mágico y
lleno de energía...
No tengo corazón ni alma, mi interior es polvoriento, el frío es siniestro
y la humedad cala mis paredes. Todo es soledad, una soledad muy
inquietante que todo el largo invierno.
Enigmáticos grabados rupestres
manchan de sangre mi cuerpo. Nuestros antepasados han dejado su huella
en la historia. Es mágico y admirable que aún
después de tantos años podamos
verlas.
De día y de noche me envuelve una negra oscuridad. Sólo algunos rayos de sol, hacia al atardecer,
penetran mi piel como caricias abrasadoras.
Cuando cae la lluvia se puede escuchar el chasquido de las gotas de agua
golpeando en las rocas. Lentamente la lluvia se va deslizando gota a gota,
hasta llegar a la madre tierra.
Y es que no importa de dónde venimos o ni quiénes somos. Nacemos de la
madre naturaleza y nos vamos descomponiendo,
poco a poco, hasta tocar de nuevo
la madre tierra.
JUDIT DIAZ LOBATO
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