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jueves, 17 de mayo de 2012

La cueva de San Bartolomé


Y allí estaba yo, en medio de un hermoso y singular paisaje verde,   rodeada  de naturaleza y de estructuras calcáreas.  ¿Y quién soy yo?, os preguntaréis. Me llamo San Bartolomé. Vivo entre bellas colinas, caprichosos senderos e  increíbles arbustos. Las aves y los halcones rodean mi cueva.  Lo más bello, sin duda, que puedo apreciar con mis ojos es el río Lobos, un río que cruza la reserva natural y llega hasta Soria. Enfrente,  un sobrecogedor paisaje del que se cuentan viejas leyendas: dicen que es un lugar mágico y  lleno  de energía...
 
No tengo corazón ni alma, mi interior es polvoriento, el frío es siniestro y la humedad cala mis paredes. Todo es soledad, una  soledad muy  inquietante que todo el largo invierno. 

Enigmáticos grabados rupestres  manchan de sangre mi cuerpo. Nuestros antepasados han dejado su huella en la historia. Es mágico y admirable  que aún  después de tantos años  podamos verlas.

De día y de noche me envuelve una negra oscuridad. Sólo  algunos rayos de sol, hacia al atardecer, penetran mi piel como caricias abrasadoras.  Cuando cae la lluvia se puede escuchar el chasquido de las gotas de agua golpeando en las rocas. Lentamente la lluvia se va deslizando gota a gota, hasta llegar a la madre tierra.

Y es que no importa de dónde venimos o ni quiénes somos. Nacemos de la madre naturaleza y nos vamos descomponiendo,  poco a poco,  hasta tocar de nuevo la madre tierra.
JUDIT DIAZ LOBATO

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