Cada uno de los días del viaje a
Soria ha tenido una persona, una conversación, una imagen o un momento
especial. Así que no me limitare a explicar tan solo un día, sino que escogeré
lo que para mí ha sido más impactante de esta nueva experiencia.
Empezaré por la persona que más
me ha agradado escuchar: la viuda del escritor Avelino Hernández , Teresa Ordinas. El lunes
16 de abril en el casino Círculo de la amistad, me sorprendió como Teresa,
sin venirse abajo, fue capaz de contarnos tantas cosas de Avelino,
de su forma de ver la vida y de enfrentar a la muerte. Teresa me pareció
una persona tierna y serena, que nos dio una lección de amor verdadero, ya
que fue capaz de estar al lado de
Avelino en todas las circunstancias, y creo que ahora, luchando porque su obra
se siga leyendo, lo sigue estando.
La conversación más interesante
tuvo lugar el jueves 19 de abril, cuando visitamos Valdegeña, con el hermano de
Avelino, Ricardo. Nos enseño la pared
donde, debajo de la inscripción “Valdegeña
también es mi pueblo”, se
encontraban las teselas con los nombres de las personas que habían pasado por allí y se
habían sentido como en casa. Nos llevó también a la iglesia de San
Lorenzo, al camposanto y a la casa familiar. En cada uno de estos lugares,
Ricardo, nos contó algún hecho o
anécdota del lugar y, a mi parecer,
asomaba a su voz un hilo de nostalgia. A pesar de que el creía no
explicarse bien, me interesó mucho lo que contaba. Ricardo me pareció un hombre
humilde y muy amable.
La imagen más hermosa, más
sorprendente y que creo que no olvidaré nunca, pertenece al viernes 20, cuando
llegamos a laguna negra. Después de andar, cansados y sorprendidos, porque no
esperamos ver nieve en abril, casi 2 empinados kilómetros, pudimos disfrutar de un paraje simplemente
mágico, no encuentro otros adjetivos
para definirlo.
Por último, contaré el momento
más especial del viaje. Tuvo lugar el segundo día de nuestra estancia en Soria,
el martes 17 de abril, en el instituto Antonio Machado, donde cada uno de
nosotros recitó un “Proverbio” de Antonio Machado. A pesar de los nervios y de la
vergüenza de ser grabados, nos esforzamos mucho y fue magnífico estar sentados
allí, en aquellos pupitres en que hace
100 años se sentaron los alumnos a los que Antonio Machado enseñaba francés.
AIDA PADRÓ MAYANS
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