Hace unas horas que he vuelto a pisar suelo catalán, pero
mi cabeza aún está en Soria, le cuesta volver. No me extraña. En este viaje he
aprendido buenos valores, he disfrutado
mucho de los paisajes y de la naturaleza, y he intimado más con los compañeros, con los
del día a día y con aquellos que aún no conocía. Solo faltaba una cosa para que todo hubiera sido más
perfecto todavía: que el cielo no hubiera dejado caer con tanta frecuencia esa
lluvia inclemente que nos incordió a
veces, pero que, por suerte, no afectó demasiado a las actividades. Todos los
momentos del viaje han sido especiales, bonitos y agradables, pero en mi memoria seguro que
perdurarán especialmente dos.
Valdegeña, un pueblo enfermo de despoblación, es mi
primer momento. Gracias a Ricardo siempre tendré la imagen de Valdegeña en la
cabeza. El altruismo del hermano cuarto de Avelino Hernández con nosotros, su
interés en que aprendiéramos pequeñas cosas de su pequeñísimo, pero adorable
pueblo (la historia de Isabelita, la bandolera, por ejemplo) me conmovió. En el
bus, de camino al restaurante de Matalebreras, estuve reflexionando sobre la
bondad de la gente de los pueblos y de cómo cambian las mentalidades sólo unos
pocos kilómetros adelante. En ciudades como Soria, ya sientes que domina de
nuevo la población que privatiza todo aquello que conoce y de lo que dispone.
La Laguna Negra es el otro momento que me
impactó especialmente. Disfrutaba de los paisajes que nos ofrecía el camino,
mientras escuchaba por el altavoz del bus las historias de la leyenda de Alvargonzález,
pero el cansancio de la semana y el somnoliento ruido del motor provocaron que
cayera dormido. Diez minutos después, fue abrir los ojos y alucinar. Pasé de
ver paisajes grises, fríos y áridos, a
verlo todo blanco. El camino cuesta arriba fue especial: por el frío que sentía
y también ¡porque estaba pisando por primera vez la nieve este año y ... era
abril! Pero aún no sabía lo que me
deparaba la naturaleza. Una pequeña cuesta bastante empinada ocultaba la
sobrecogedora belleza de la Laguna Negra.
Parecía un sueño. Verlo todo blanco y de repente contemplar ese escenario tan
bello e impactante, no tiene precio…
Quiero acabar mi escrito recordando al fotógrafo César
Sanz. Desde que asistimos a su exposición Campos
de Castilla y otros universos machadianos en Vilafranca del Penedès me ha
fascinado su trabajo y también su facilidad para hablar culta y fluidamente
acerca de ámbitos culturales muy distintos. Sé, además, que ha sido una persona
clave para el buen desarrollo de este viaje.
En fin, que Soria
(como este viaje de estudios) tiene algo
especial, muy especial.
Adrià Amell
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