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viernes, 4 de mayo de 2012

Impactante y reflexiva Soria


Hace unas horas que he vuelto a pisar suelo catalán, pero mi cabeza aún está en Soria, le cuesta volver. No me extraña. En este viaje he aprendido buenos valores, he disfrutado mucho de los paisajes y de la naturaleza, y  he intimado más con los compañeros, con los del día a día y con aquellos que aún no conocía. Solo faltaba  una cosa para que todo hubiera sido más perfecto todavía: que el cielo no hubiera dejado caer con tanta frecuencia esa lluvia inclemente que nos  incordió a veces, pero que, por suerte, no afectó demasiado a las actividades. Todos los momentos del viaje han sido especiales, bonitos y  agradables, pero en mi memoria seguro que perdurarán especialmente dos.
Valdegeña, un pueblo enfermo de despoblación, es mi primer momento. Gracias a Ricardo siempre tendré la imagen de Valdegeña en la cabeza. El altruismo del hermano cuarto de Avelino Hernández con nosotros, su interés en que aprendiéramos pequeñas cosas de su pequeñísimo, pero adorable pueblo (la historia de Isabelita, la bandolera, por ejemplo) me conmovió. En el bus, de camino al restaurante de Matalebreras, estuve reflexionando sobre la bondad de la gente de los pueblos y de cómo cambian las mentalidades sólo unos pocos kilómetros adelante. En ciudades como Soria, ya sientes que domina de nuevo la población que privatiza todo aquello que conoce y de lo que dispone.
La Laguna Negra es el otro momento que me impactó especialmente. Disfrutaba de los paisajes que nos ofrecía el camino, mientras escuchaba por el altavoz del bus  las historias de la leyenda de Alvargonzález, pero el cansancio de la semana y el somnoliento ruido del motor provocaron que cayera dormido. Diez minutos después, fue abrir los ojos y alucinar. Pasé de ver paisajes grises,  fríos y áridos, a verlo todo blanco. El camino cuesta arriba fue especial: por el frío que sentía y también ¡porque estaba pisando por primera vez la nieve este año y ... era abril!  Pero aún no sabía lo que me deparaba la naturaleza. Una pequeña cuesta bastante empinada ocultaba la sobrecogedora  belleza de la Laguna Negra. Parecía un sueño. Verlo todo blanco y de repente contemplar ese escenario tan bello e impactante,  no tiene precio…
Quiero acabar mi escrito recordando al fotógrafo César Sanz. Desde que asistimos a su exposición Campos de Castilla y otros universos machadianos en Vilafranca del Penedès me ha fascinado su trabajo y también su facilidad para hablar culta y fluidamente acerca de ámbitos culturales muy distintos. Sé, además, que ha sido una persona clave para el buen desarrollo de este viaje.
 En fin, que Soria (como  este viaje de estudios) tiene algo especial, muy especial.
Adrià Amell

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