Pasaban diez minutos de la hora y todos ya estábamos
impacientes. La parada de autobús llena de maletas y un guirigay de alumnos expectantes
y de padres a los que les costaba decir el último adiós a sus hijos. Eran protagonistas
la emoción y el nerviosismo de iniciar
este viaje y la alegría de volver a encontrarnos después de Semana Santa.
Gracias a unas cuantas explicaciones en el bus sobre el Mío Cid y Medinaceli, refrescamos su historia, tanto la real de la ciudad como la del Cantar. Después de un largo trayecto, divisamos la ciudad de Medinaceli, expectante en la cima de un monte y guardiana del valle de Arbujuelo. La estancia es breve, pero agradable. Las calles invitan a perderse en ellas y, de hecho, es lo que nos pasa. En la plaza Mayor, nuestros compañeros recitan una tirada del Mío Cid. Después de comer, unos compañeros se aventuran a preguntar a unos lugareños información sobre el pueblo y tuvimos la suerte de que les contaran una leyenda, que es así: cinco personas de Medinaceli se fueron a África y, cuando por culpa de una terrible enfermedad, estaban a punto de morir, vieron a un toro con los cuernos de fuego. Ese toro mágico los llevo volando hacia Medinaceli para que estos cristianos pudieran morir en su tierra. Y así es como empezó la tradición del “Toro de Júbilo” de Medinaceli que se celebra a mediados de noviembre.
A las cinco llegamos a la ciudad que tantos poetas han
adorado, la ciudad sagrada para Machado: ya estamos en Soria. Hoy sólo
visitamos el Círculo de la Amistad de Numancia, conocido como el Casino. La visita estuvo dividida en
dos partes. La primera es un recorrido por el Museo Casa de los poetas, donde
podemos contemplar el homenaje que los sorianos han dado a tres grandes poetas:
Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado y Gerardo Diego. El guía nos ofrece las
mejores anécdotas de las vidas de estos autores. En la segunda parte de la
visita, nos dirigimos a la sala roja del Casino. Allí, con las entusiastas
explicaciones de la conserje y con tres sobrecogedoras actuaciones de piano con las que nos deleitaron nuestros
compañeros, pudimos sentir el ambiente del siglo XIX y de primeros del siglo XX, el que disfrutaron estos tres poetas.
Ya cansados, nos dirigimos hacia el albergue. Y después
de reponer energías, decidimos ir al cementerio del pueblo, con la idea de
adentrarnos en un mundo de misterio. Bajo la luz de las estrellas, contamos
unas cuantas historias de miedo, y con las
tumbas al lado, realmente unos cuantos nos sobresaltamos.
Sólo nos quedaba una cosa para acabar este día tan ajetreado, ¡que se disparara la alarma de incendios del albergue! Pero no os preocupéis, que todo ha quedado sólo en una anécdota.
Assutzena Nin y Carla Di Vincenzo
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