Antonio Machado, El Cantar de Mio Cid, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego, Avelino Hernández, Mercedes Álvarez ...

lunes, 20 de abril de 2015

Cuando todas las guerras piden una tregua

Me es difícil quedarme con un sólo un momento de tantos  que he vivido en nuestro  viaje por tierras de Soria. Todos han dejado su huella. Aún me parece sentir dentro de mí los ecos de la voz de Cesar o de Ricardo o del director del Instituto Antonio Machado. Aún siento el frío y la pureza de la Laguna Negra, la nostalgia de Valdegeña, la tensión y la intriga de la leyenda del Monte de las Ánimas, aún siento el sol acariciándome la piel en el paseo junto al Río Duero, aún oigo las risas de mis compañeros en medio de la noche soriana.


Aunque si pudiera elegir un momento que me gustaría vivir eternamente, me quedaría con la primera noche, cuando fuimos al cementerio y Jana y yo contamos una historia de miedo. Fue como si, de repente, el tiempo se detuviese y todo el mundo desaparecía. Sólo quedábamos ella y yo. Ella y yo y el cielo estrellado.  Suele ser así cuando estamos juntas.   Empezamos a hablar, a abrir nuestro corazón y,  de los lugares más escondidos, iban surgiendo las palabras precisas que formaban esa historia totalmente improvisada. Mientras una hablaba, la otra podía imaginar perfectamente lo que iba después. No había dudas, no había inseguridad. Nunca la hay cuando estás unido al alguien tan fuertemente. Y transcurrieron no sé si diez minutos o media hora. Quién sabe, qué importa.  Qué importa el tiempo cuando eres tan feliz. Estábamos en el lugar perfecto, rodeadas de las personas perfectas, a la hora perfecta. Creo que entonces comprendimos el secreto de la vida,  lo bonita y sencilla que puede llegar a ser la vida cuando todo va bien, cuando nada te preocupa, cuando todas las guerras piden una tregua.



Soria, nos has unido aún más, nos has transmitido tu magia y tus derrotas,  y hemos decidido que volveremos, y que seremos los mismos jóvenes, con historias diferentes,  pero con la misma ilusión de sentarnos una noche muy fría en un cementerio que no debería estar abierto y contar un cuento cuyo nombre ya no recuerdo, porque eso es también lo de menos. 

Jana Jubert

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