Si me preguntan por el momento más sobrecogedor del viaje a Soria, un
momento en que sentí algo parecido a un arañazo punzante en el pecho, como la
hendidura de una fría e inclemente
espada, tendría que hablar de una frase de Ricardo Hernández en la pequeña
iglesia románica de Valdegeña. Hay otros momentos preciosos guardados para
siempre en mi retina y hay otras frases más contundentes que laten en mi mente,
como las que nos dijo César Sanz en la tertulia del Hostal Mari Carmen, pero
ninguna evoca de manera tan viva el sentimiento que me embargó en ese instante.
Ricardo nos había estado contando anécdotas e historias de Valdegeña y
nos había impregnado a todos de su afecto y preocupación por su pueblo. Era un día
de nubes grisáceas, muy acorde con su melancólico estado de ánimo.
En la pequeña iglesia del pueblo, Ricardo nos enseñaba algunos objetos
sacros que, con humilde orgullo, habían conservado y le llegó el turno a la
figura de San Isidro, uno de los santos verados
en Valdegeña. Ricardo nos contó que el 15
de mayo de 2014, festividad de San Isidro Labrador, vino el cura a oficiar misa, la primera en
muchos meses, pues durante el invierno no se da misa en Valdegeña. La iglesia
estaba abierta, había misa, pero nadie fue. “Sólo el cura, Dolores y yo”, nos dijo Ricardo. Otro día más
de silencio en la olvidada iglesia. “No sé qué pasará este año, pero nosotros
aquí estaremos de nuevo”.
No me malinterpretéis. Esta historia no me conmovió porque yo sea una
febril devota, no. En ese momento, en mi agitada mente, confluyeron dos
pensamientos que engendraron esta turbación en mí: pensé que San Isidro era el
patrón de este pueblo y recordé el tumultuoso oficio de San Félix en nuestra Fiesta
Mayor. Después descubrí que San Isidro era para Valdegeña lo que San Raimon
para Vilafranca: las fiestas de invierno, el segundo patrón. Y tampoco es del todo válido comparar ese rito
religioso con el de mi ciudad, pues Vilafranca tiene tantos habitantes como Soria
capital. Sin embargo, ese momento de turbación me ha acompañado desde entonces.
No puedo evitar afligirme cuando pienso en que un pueblo, tan noble y antiguo,
que ha sobrevivido a guerras, invasiones, bandoleros y a ¡Dios sabe qué!, pueda llegar a desaparecer. Me entristece
pensar que un lugar con la huella de un escritor tan importante como Avelino
Hernández, que le ha dado voz y lo ha proyectado en el mundo, tenga ahora el
registro de habitantes más bajo de su historia. Indigna pensar que el esfuerzo
de Ricardo, el hermano de Avelino, que no deja de pensar en qué actividades se pueden hacer en Valdegeña para
atraer a la gente y que cada año recibe a los visitantes con una novedad o
reforma (estos días restauraban el tejado de la vieja escuela, ahora Centro
Social) no sirva al final para nada y un día este pueblo, que ya es parte de
nuestra historia, no exista.
Y si sólo
fuera el problema de Valdegeña… La despoblación es un virus que se extiende por
toda Soria. El sábado, en El Heraldo de Soria se publicó una noticia de titular
aterrador: "El descenso poblacional sigue
cebándose en la capital, que se queda en 39.264 habitantes". Ya menos que Vilafranca, pensé.
Solo una cosa
serenó mi preocupación, otras palabras, las de César Sanz: “El futuro de Soria pasa porque
creamos en nuestra propia tierra”. Y no creer en esta tierra es algo que yo por
lo menos rechazo rotundamente. En mi cabeza hay ya demasiadas palabras de
poetas y demasiadas imágenes hermosas. Imposible no creer en esta tierra. “¡Oh
tierra triste y noble!”, decía Machado.
Assutzena Nin Hill
Assutzena Nin Hill
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