Antonio Machado, El Cantar de Mio Cid, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego, Avelino Hernández, Mercedes Álvarez ...

viernes, 17 de abril de 2015

En el silencio de la olvidada iglesia

Si me preguntan por el momento más sobrecogedor del viaje a Soria, un momento en que sentí algo parecido a un arañazo punzante en el pecho, como la hendidura de  una fría e inclemente espada, tendría que hablar de una frase de Ricardo Hernández en la pequeña iglesia románica de Valdegeña. Hay otros momentos preciosos guardados para siempre en mi retina y hay otras frases más contundentes que laten en mi mente, como las que nos dijo César Sanz en la tertulia del Hostal Mari Carmen, pero ninguna evoca de manera tan viva el sentimiento que me embargó en ese instante.

Ricardo nos había estado contando anécdotas e historias de Valdegeña y nos había impregnado a todos de su afecto y preocupación por su pueblo. Era un día de nubes grisáceas, muy acorde con su melancólico estado de ánimo.

En la pequeña iglesia del pueblo, Ricardo nos enseñaba algunos objetos sacros que, con humilde orgullo, habían conservado y le llegó el turno a la figura de San Isidro, uno de los santos  verados en Valdegeña. Ricardo nos contó que el  15 de mayo de 2014, festividad de San Isidro Labrador,  vino el cura a oficiar misa, la primera en muchos meses, pues durante el invierno no se da misa en Valdegeña. La iglesia estaba abierta, había misa, pero nadie fue. “Sólo el cura,  Dolores y yo”, nos dijo Ricardo. Otro día más de silencio en la olvidada iglesia. “No sé qué pasará este año, pero nosotros aquí estaremos de nuevo”. 

No me malinterpretéis. Esta historia no me conmovió porque yo sea una febril devota, no. En ese momento, en mi agitada mente, confluyeron dos pensamientos que engendraron esta turbación en mí: pensé que San Isidro era el patrón de este pueblo y recordé el tumultuoso oficio de San Félix en nuestra Fiesta Mayor. Después descubrí que San Isidro era para Valdegeña lo que San Raimon para Vilafranca: las fiestas de invierno, el segundo patrón.  Y tampoco es del todo válido comparar ese rito religioso con el de mi ciudad, pues Vilafranca tiene tantos habitantes como Soria capital. Sin embargo, ese momento de turbación me ha acompañado desde entonces. No puedo evitar afligirme cuando pienso en que un pueblo, tan noble y antiguo, que ha sobrevivido a guerras, invasiones, bandoleros y a ¡Dios sabe qué!,  pueda llegar a desaparecer. Me entristece pensar que un lugar con la huella de un escritor tan importante como Avelino Hernández, que le ha dado voz y lo ha proyectado en el mundo, tenga ahora el registro de habitantes más bajo de su historia. Indigna pensar que el esfuerzo de Ricardo, el hermano de Avelino, que no deja de pensar en qué  actividades se pueden hacer en Valdegeña para atraer a la gente y que cada año recibe a los visitantes con una novedad o reforma (estos días restauraban el tejado de la vieja escuela, ahora Centro Social) no sirva al final para nada y un día este pueblo, que ya es parte de nuestra historia, no exista.

Y si sólo fuera el problema de Valdegeña… La despoblación es un virus que se extiende por toda Soria. El sábado, en El Heraldo de Soria se publicó una noticia de titular aterrador: "El descenso poblacional sigue cebándose en la capital, que se queda en 39.264 habitantes". Ya menos que Vilafranca, pensé. 

Solo una cosa serenó mi preocupación, otras palabras, las de  César Sanz: “El futuro de Soria pasa porque creamos en nuestra propia tierra”. Y no creer en esta tierra es algo que yo por lo menos rechazo rotundamente. En mi cabeza hay ya demasiadas palabras de poetas y demasiadas imágenes hermosas. Imposible no creer en esta tierra. “¡Oh tierra triste y noble!”, decía Machado. 

Assutzena Nin Hill

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