Podría empezar diciendo que ha sido un
viaje espectacular con momentos cumbres, pero la verdad es que es difícil describir la
intensa experiencia que hemos vivido.
Dejando atrás el magnífico rato que
pasamos con César, el paseo por
Medinaceli y alguna que otra anécdota, Valdegeña (que “también es mi pueblo”)
y el entusiasmo de Ricardo, que nos
ayudó a conocer mejor a Avelino
Hernández, mi momento favorito del viaje fue el último día: la Laguna Negra, un paisaje espectacular, del que puedes
esperar cualquier cosa.
Soñaba con ese lugar desde que, antes
del viaje, vi dos fotografías . Llegó el día y la laguna se hacía de rogar,
exigió un de un paseo por la niebla, un paseo un tanto pesado pero a la vez
mágico. Mientras caminaba, a mi mente
venía una y otra vez, una frase del discurso de Machado en San Saturio
que yo había interpretado el miércoles: “Soria es una tierra admirable de
humanismo, democracia y dignidad”. Sí,
así es Soria. También me acordé de una de las muchas reflexiones de
César: los matices de significado entre lo humanista y lo humano.
Aunque para mágico: el lago. Era uno de
esos días en que a pesar de la niebla no hacía frío y en la Laguna Negra puedes
evadirte fácilmente. Basta mirar fijamente hacia un punto y apoyarse en la
madera rota: cualquier detalle que veías te alegraba. Había mucho dónde mirar en la Laguna Negra. Si mirabas a
la derecha había nieve y podías adivinar al lugar áspero que puede ser Soria en
invierno. A la izquierda, todo era verde: la esperanza de que Soria pudiese
repoblarse de nuevo. Si mirabas enfrente recordabas que hay que seguir siempre y
que allá delante te espera siguiente camino. Y si dabas vueltas sin ningún
sentido, te refugiabas solamente en tus
pensamientos.
Ha sido un viaje lleno de emociones y
de nuevos conocimientos, tanto personales como culturales. Aprender a ser “en
el buen sentido de la palabra bueno”.
Elena Perea
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