Jueves 3 de Marzo del 2011. Valdegeña
Son alrededor de las cuatro de la tarde. Hemos llegado a un pueblo pequeño, no muy lejano a la capital. El cielo ahora está claro, las nubes grises que lo tapaban hace unas horas, se han marchado a hacer daño en otro lugar. Bajo la mirada y quedo absorta por las calles blanquecinas: todas apuntan al cielo, todas parecen antiguas, todas despiertan una rara sensación… la sensación de un vacío que poco a poco se va llenando. Delante de mí, una de las muchas sorpresas del pueblo: “Valdegeña también es mi pueblo”, escrito con letras grandes en el primer muro que encuentras al llegar. Abajo, centenares de teselas con nombres de personas y ciudades cubren la pared. En el extremo derecho, hallo también mi nombre y mi ciudad grabados en una tesela. Al momento me siento parte de este pueblo, aunque aún me quede mucho por ver y saber de él. De repente entiendo el significado de la frase que se encuentra a unos centímetros de mi nombre.
Ascendemos por los caminos antiguos hasta llegar a la iglesia del lugar. Nos acompaña Ricardo, un hombre ya mayor. Antes Olga nos ha comentado que es hermano del escritor Avelino Hernández. Ya a simple vista parece un hombre bueno, que transmite sobre todo mucha bondad y empeño. Algunos suben a hacer sonar la campana, pero yo me quedo abajo con Ricardo y algunos compañeros más. Ricardo nos explica antiguas historias de bandoleros. Al salir de la diminuta iglesia entramos en el cementerio: la imagen de las tumbas me da escalofríos, así que salgo de ese espacio a los pocos minutos. Poco después nos dirigimos hacia la escuela: Ricardo nos explica que la ha hecho reformar y ha recuperado algunas reliquias (utensilios del campo, antiguos pupitres...) para adornar las habitaciones. Me empieza a conmover la paciencia y dedicación del viejo Ricardo: ¡Tantas horas empleadas en la conservación y la mejora de un pueblo que hace años era poco más que cuatro piedras! Sentada en uno de los pupitres escucho la lectura que algunos de mis compañeros hacen de “El monte de la ánimas” de Becquer y los monólogos de Nathaly y Ricardo, que explican cosas realmente interesantes.
Bajamos ahora por distintas calles: Ricardo nos cuenta que han creado una sala de ordenadores para los niños y que tienen el proyecto de habilitar una casa rural. Poco después, pasamos por delante de Silvestrito, una pequeña estatua que recuerda al protagonista de un libro de Avelino para niños. Dicen que si le frotas la cabeza a Silvestrito aprobarás las matemáticas (como era de esperar todo el mundo se detiene a frotarle la cabeza con entusiasmo). A unos pasos está el portal de la casa familiar de Avelino Hernández. Ricardo nos invita a pasar y a calentarnos cerca del fuego de una chimenea, decorada con vistosas conchas. En el comedor Samanta y Alexandra. ante la foto de Avelino y junto a Ricardo, leen otro maravilloso fragmento de Mientras cenan con nosotros los amigos.
Cuando nos despedimos del hermano cuarto de Avelino pienso sobre él y sus empeños. Me emociono al pensar en este amor entre hermanos y en la lucha diaria de Ricardo por conseguir que el pueblo de Avelino Hernández resista y sea reconocido.
Alba Garcia Travé
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