Breve fragmento del artículo de Olga Martínez publicado por la Revista de Soria en ocasión del décimo aniversario del fallecimiento del escritor Avelino Hernández.
Durante los últimos nueve años –en un discreto y humilde rito que, ahora me doy cuenta, cobra sentido en la repetición- una muchacha de 16 ó 17 años (no sabría explicar por qué, pero siempre son chicas las que eligen este texto) ha leído estas palabras en el camposanto de Valdegeña: “Acabar, morir, sembrar, rebrotar, crecer, dar fruto; acabar, morir, sembrar, rebrotar, crecer... La vida es eso. Y esta tarde lo he aprendido”. La primera se llamaba Emma y venía de Canet de Mar. Fue el 29 de marzo de 2005. La última se llamaba Júlia y era de Vilafranca del Penedès. Y el recuerdo es muy reciente: del 20 de marzo de 2013.
Durante los últimos nueve años –en un discreto y humilde rito que, ahora me doy cuenta, cobra sentido en la repetición- una muchacha de 16 ó 17 años (no sabría explicar por qué, pero siempre son chicas las que eligen este texto) ha leído estas palabras en el camposanto de Valdegeña: “Acabar, morir, sembrar, rebrotar, crecer, dar fruto; acabar, morir, sembrar, rebrotar, crecer... La vida es eso. Y esta tarde lo he aprendido”. La primera se llamaba Emma y venía de Canet de Mar. Fue el 29 de marzo de 2005. La última se llamaba Júlia y era de Vilafranca del Penedès. Y el recuerdo es muy reciente: del 20 de marzo de 2013.
(…)
Casi siempre se es ruidoso y propenso a la carcajada cuando se tienen
16 ó 17 años, pero esa tarde de marzo, cuando yo pienso atropelladamente en
todo esto y nos fijamos en que las cumbres del Moncayo están todavía nevadas, tan solo respiramos silencio,
ese “vasto silencio conmovido” sobre el que escribió un día el poeta Tomás
Segovia. Sólo cuando ya bajamos por las
calles empedradas, un muchacho comenta que le gusta que haya pocas lápidas, que
está bien que tras la muerte se vuelva a
la tierra y que pisemos esa tierra. Otro dice
que también está bien que desde el
camposanto de Valdegeña se vea esa inmensa llanura verde y ocre, que sorprendentemente
-como nos explica Ricardo, el hermano cuarto de la novela- es muy alta, casi 1200 metros.
(Sobre Mientras cenan con
nosotros los amigos, Candaya, 2005)
Olga Martínez Dasi
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Olga Martínez y Paco Robles, junto a Pepe Sanz y Cristina Cerezales, en el homenaje a Avelino Hernández en Valdegeña (21/07/13) |
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